«De la elección de los jueces en la República de Pasadetodo Peronopasanada» -III-


Un tanto similar ocurrí­a con los magistrados de la Jurisdicción Constitucional, quienes no conformes con sus ya jugosos salarios, se autorrecetaban además millonarias cantidades de pesos para asegurar -de ser posible- hasta la ortodoncia canófila para sus mascotas con problemas de prognatismo o enognatismo. Y qué decir de los partidos polí­ticos, los que como bien decí­a el ilustre Ingeniero, no eran más que verdaderas gavillas que así­ se titulan, disfrazando con ideas su monopolio del Estado, no siendo en realidad más que bandoleros que buscan la encrucijada más impune para expoliar a la sociedad; instituciones donde se proclaman las mejores intenciones y se practican bajezas abominables.

Carlos Rafael Rodrí­guez Cerna

Mientras tanto, el panorama de la República era cada vez más aterrador y sombrí­o: los asesinatos en las calles eran el pan nuestro de cada dí­a; en las cárceles los delincuentes de alta peligrosidad linchaban a sus enemigos en sangrientas e incontrolables trifulcas, y después de degollarlos, demostrando su baja estofa y la máxima degradación de valores como el respeto a la vida y a la dignidad humana, jugaban campantemente balompié con sus cabezas, al amparo de la cobarde complacencia de las autoridades responsables de los centros carcelarios; las violaciones de mujeres indefensas se sucedí­an a la vista de todos en la ví­a pública, sin que generalmente ningún ciudadano se atreviera a intervenir o tan siquiera a denunciar los hechos; la injusta e inequitativa distribución de la riqueza se acrecentaba cada dí­a más, sin que eso hiciera mella alguna en la conciencia (si es que aún la tení­an) del minúsculo grupo de habitantes que atesoraba la casi totalidad de la riqueza de la patria; el incendio de los bosques, la contaminación del ambiente, y la depredación del patrimonio nacional se sucedí­an campantemente por doquier.

En fin, la hermosa República de «Pasadetodo Peronopasanada» se habí­a convertido en una auténtica Sodoma y Gomorra en la que parecí­a ser que sólo el castigo divino podí­a poner fin a tan calamitoso y aterrador cuadro que presentaba, pues se encontraba adormecida, vegetativa, … el espí­ritu se encontraba amodorrado; los apetitos acosaban los ideales por doquier, tornándose dominadores y agresivos; ya no habí­a astros en el horizonte ni oriflamas en los campanarios; ningún clamor de pueblo se percibí­a ya; no resonaba pues, el eco de grandes voces animadoras.

Continuará…