De esos sepulcros blanqueados


Es difí­cil entender por qué tanta gente que se muestra más radical e intransigente al referirse a los temas morales termina siendo la más inmoral en la intimidad. El caso del senador Larry E. Craig, republicano de Idaho en los Estados Unidos, es una muestra que por enésima vez se nos presenta respecto a ese fenómeno. Ya antes vimos a predicadores de los llamados «televangelistas» teniendo que lloriquear en público para pedir perdón por incurrir en actos contrarios a sus propias prédicas y ahora es un polí­tico conservador, representante de un Estado también conservador, quien se convierte en piedra de escándalo.

Oscar Clemente Marroquí­n
ocmarroq@lahora.com.gt

Y es que Craig ha sido uno de los más duros crí­ticos de las uniones entre parejas homosexuales y se le considera como un abanderado de la lucha contra las causas de la llamada «comunidad gay» de los Estados Unidos. Aunque uno no comparta esa actitud radical e irracional, la respeta cuando es resultado de convicciones auténticas, pero no entiendo por qué es que tantos de esos moralistas son en realidad hipócritas que usan la bandera de la moralidad para esconder sus propias miserias.

Craig, un Senador de los Estados Unidos de América, el grupo más selecto y respetado de los polí­ticos de ese paí­s, entró a un baño en un aeropuerto y se le ofreció homosexualmente a un policí­a encubierto que lo capturó por el cantineo que le hizo. Tras su captura, Larry Craig confesó abiertamente que, efectivamente, se le habí­a insinuado al agente encubierto aunque ahora dice que esa confesión fue para evitar mayores clavos y que el policí­a posiblemente malinterpretó sus gestos.

Ver a la pobre esposa del polí­tico a su lado y pensar en lo que estará pasando por la cabeza de sus hijos y sus nietos es quizá lo peor de todo este culebrón que se vive en la polí­tica norteamericana. Porque, repito, no es primer caso de un moralista descubierto cabalmente en las situaciones que tanto criticaron y cuestionaron, pero someter a la humillación pública a todos los suyos es tremendo.

Bien dicen que no hay peor cuña que la del mismo palo y es que quienes más dicen y hacen contra los homosexuales son, por lo general, personas que tienen esa misma tendencia y que usan su careta de moralistas para encubrir sus propias debilidades. Lo mismo pasa con aquellos que todo lo ven malo, todo lo ven sucio y que pontifican contra lo que consideran desviaciones morales porque si uno escarba un poco se da cuenta que se trata de personas que tienen la mente enfermiza y que al final de cuentas cacarean contra sus propias tendencias que ellos sienten como sucias e inmorales.

Y no hablo sólo de la cantidad de curas pedófilos que sermonean desde el púlpito, sino de aquellos que se creen paradigmas de la ética, de la moralidad, de la pureza y castidad simplemente porque de esa forma quieren esconder sus flaquezas que les avergí¼enzan tanto. Como bien dice Bill Maher tantas veces en Real Time, su formidable programa de televisión, no sorprende que entre los republicanos conservadores que más hablan de la importancia de los valores de la familia se encuentren los mayores escándalos que tienen que ver con sexo, puesto que en el fondo entre ellos y entre los predicadores que se rasgan las vestiduras cuando ven a un homosexual, abundan los que privadamente muestran las posturas más aberrantes, sea con parejas del mismo sexo o del opuesto.