De cómo lo público se volvió privado y lo seguro se tornó inseguro


La educación pasó de un derecho público a un bien privado que se compra, igual que otros servicios esenciales, como la salud, que también es obligación de Estado prestar.

Julio Donis

El guatemalteco ha desarrollado a través de muchas generaciones su noción de lo público a partir de los vestigios o de los intentos que se implementaron en otras épocas; mismos que fueron orientados a la idea de consolidar un Estado que desarrollara la polí­tica pública para el beneficio socialmente expandido. Eso ha quedado en intento.


El último intento serio se hizo en la llamada década revolucionaria del 44 al 54, aunque hay que notar que en diez años tampoco se hubiera acuñado la noción de lo público en el inconsciente polí­tico y social de los guatemaltecos. La idea de lo público como un derecho y beneficio es algo que se construye a partir de mucho tiempo y se transmite como un valor, de generación en generación. Los guatemaltecos hemos crecido huérfanos en alguna medida. La adscripción a una nación como en el caso mexicano, o la conformación de una solidaridad colectiva son fenómenos que no se dan porque la orfandad nos ha conducido por el camino del individualismo, no vemos más allá de nuestro «pedacito».

A partir de ese abandono, el amparo de un sistema de justicia, la alternativa de la salud a través de una red hospitalaria eficiente, la formación en la educación pública formal o el ejercicio de una cultura tributaria como hábito ciudadano, no son alternativas que naturalmente hayan sido construidas porque un estado no ha sido edificado.

La educación de lo público a lo privado

Simplemente lo que en otras latitudes es la primera opción, en Guatemala son alternativas de segunda o tercera. Pensar en la educación pública pasó de la buena tradición de los Institutos de Educación Normal a la mala reputación de las escuelas públicas; la aspiración es enviar a los hijos a un colegio con nombres de otros paí­ses porque aprenderá otro idioma y lo que aprenda será distinto y de calidad porque se paga. La educación pasó de un derecho público a un bien privado que se compra.

En el caso de la salud, la historia nos llevó a relacionar hospital San Juan de Dios o Roosevelt con lugares donde se acudí­a a las más terribles escenas y tratos inhumanos de dolor. Acudir a un hospital público se convirtió en sinónimo de acelerar la muerte. Y fue como se apuntalaron los grandes hospitales privados con nombres que nos evocan la diferencia, la clase, la garantí­a de un buen trato sanitario, ah pero si usted tiene amplios recursos económicos para pagar las altí­simas cuentas. El sistema privado de salud comprendió que no todos tienen cuentas ilimitadas y estratificó la red de hospitales privados poniendo a disposición del chapí­n unos más accesibles. Y finalmente aparecieron las ofertas de seguros médicos y de vida para salvarnos de una muerte segura. La salud también se privatizó como la educación, auque como aquella es vital los chapines ruegan todos los dí­as para no enfermarse porque saben que es un punto sin regreso.

Encerrados en un cí­rculo

Los guatemaltecos estamos encerrados en un cí­rculo vicioso, esperamos buena salud, buena red de hospitales públicos, calles limpias y seguras, parques abiertos, etc, pero el Estado no tiene los recursos para ofrecer esos servicios porque lo que se percibe por ingresos de tributos no alcanza, porque los guatemaltecos no comprenden por qué deben pagar a un Estado que los ha olvidado. Al margen de ese cí­rculo sonrí­e una élite que tampoco ha pagado y no lo ha necesitado el Estado, más bien lo ha vaciado y lo ha usado a su antojo.

Lo que en otras instancias es sinónimo de calidad y derechos, en esta sociedad es igual a corrupción y mal servicio, justificación perfecta para la buena calidad y eficiencia del mercado, que promete su salud, su educación y su seguridad a cambio de que usted pague.

Finalmente, así­ como lo público se hizo privado, los espacios seguros se volvieron inseguros con la justificación de lo primero. Empezamos cerrando la tienda del barrio, la abarroterí­a o panaderí­a y se implementaron rejas cual prisiones. Le siguió la casa de habitación y la aspiración se volvió tener su «portón» lo más alto posible para aislar de los males que acechaban afuera, los niños crecen pensando que la calle es insegura y por lo mismo hay un portón que los resguarda (mejor si tiene Razor Ribbon electrificado).

No bastó la casa ni la tienda, se cerraron las calles, y las colonias o barrios se convirtieron en guetos con pequeños ejércitos de seguridad privada al servicio del Comité de Vecinos. El guatemalteco se toma una calle, le pone barricada y túmulo respectivo cual trinchera de guerra, para impedir que el mal aceche y de paso para negarle el paso.

Encerrados

Los chapines cambiaron el espacio de lo público por lo privado en una lógica paranoide que los llevó a encerrarse en sus casas, en sus carros, en sus contradicciones. Las escenas que describí­a Marcela Gereda en un artí­culo de opinión, publicado en otro periódico sobre los ejércitos de «guaruras» y autos blindados que llevan a los niños a la escuela privada, solo demuestra que a mayor seguridad privada, mayor inseguridad pública. Una generación completa crece pensando en como obtener recursos económicos para poder pagar su existencia misma y los padres de dicha generación no toleran la invitación a solidarizarse con el prójimo ni las ideas como las que aquí­ propongo. Responden de manera reactiva sacando su arma, cerrando la garita, enviando a su guardaespaldas, o acusando de «resentido» al que propone colectivizar.

«Los chapines cambiaron el espacio de lo público por lo privado en una lógica paranoide que los llevó a encerrarse en sus casas, en sus carros, en sus contradicciones.»

Julio Donis

Sociólogo