De catedrales, sinagogas y mezquitas


Luis Fernández Molina

La historia de España se empieza a dibujar tras el fragor de las llamadas Guerras Púnicas que enfrentaron a las dos grandes potencias del Mediterráneo: Roma y Cartago. Vencedora la primera, incorporó la pení­nsula Ibérica a sus dominios: Hispania Terraconense, Lusitania (Portugal) y Baética (Andalucí­a). España fue, sin duda alguna, una de las provincias más importantes del Imperio Romano; era la frontera occidental, el extremo poniente del Mare Nostrum. Al menos cinco de los emperadores nacieron en esa región, dos de ellos en Córdoba, ambos muy famosos: Trajano (columna de Trajano) y Adriano (Panteón en Roma). A lo largo del territorio se construyeron templos a los dioses romanos -incluidos algunos Césares- al igual que otros consagrados a deidades locales. En los siglos siguientes, y en consonancia con casi todo el Imperio, la religión cristiana fue arraigándose entre la población (especialmente con Constantino El Grande, año 313). Los cristianos, a su vez, erigí­an sus iglesias, en algunos casos, en los mismos lugares donde antes habí­a templos. En el año 711 entraron tropas musulmanas provenientes de ífrica a través de Gibraltar con la intención de invadir toda Europa. En cuestión de pocos años dominaron casi toda la pení­nsula instalando califatos y luego emiratos. Construyeron sus mezquitas, en algunos casos en los mismos lugares donde habí­a iglesias o conventos. En un constante movimiento de flujos y reflujos territoriales la dominación musulmana duró cerca de ocho siglos (tres siglos más de los transcurridos desde Colón a la fecha). Es claro que la noticia del año, o de la década, o del siglo, fue el descubrimiento de América, pero también en ese mismo año, 1492 se dio otra noticia muy trascendental: la rendición de Granada, último bastión musulmán en España. Los españoles volvieron a construir sus iglesias, en algunos casos donde habí­a una mezquita y acaso donde antes de la mezquita habí­a edificada una iglesia. Por eso la Catedral de Sevilla tiene a la par la famosí­sima y bella Giralda (que era un minarete islámico); en el interior de la Alhambra, Carlos V mandó a construir un gran templo católico la mezquita de Córdoba es actualmente su hermosa catedral (la de los arcos de colores rojos). Pero este fenómeno es universal, donde llega el conquistador impone sus condiciones, especialmente en materia religiosa ya sea por mera manifestación de poder, por economí­a arquitectónica, o por algún mensaje mí­stico. Lo mismo sucedió en la monumental Agga Sofí­a de Estambul, originalmente una iglesia, pasó a ser mezquita; igualmente, en la explanada del sacrosanto Templo de Jerusalén se construyó la mezquita de Omar (Cúpula de la Roca). En Tiberí­ades, en la ribera del lago se levantaron iglesias sobre antiguas sinagogas. La misma dinámica se manifestó en nuestra América, iglesias cristianas se construyeron sobre templos o centros de peregrinación precolombinos, en la mayorí­a de casos no quedaron registros ni vestigios pero en otros lados es manifiesto como la gigantesca pirámide de Chiconaquiahuitl (Dios de las nueve lluvias), en Cholula, México, en cuya cima los españoles construyeron en 1594 (y tras cuatro intentos) un templo cristiano dedicado a la Virgen de los Remedios. En Chichicastenango todo indica que anteriormente era un importante lugar de veneración, lo mismo en el cerro de El Calvario de Cobán o en San Andrés Itzapa; y al igual que en esos lugares todaví­a se celebran ritos indí­genas en sus alrededores. Pues bien, un grupo de más de cien turistas (al menos así­ se identificaron) austrí­acos provocaron un confuso incidente en la catedral de Córdoba el pasado miércoles Santo. Ingresaron en un orden preestablecido e iniciaron una ceremonia islámica (tomando en cuenta que fue una mezquita). La policí­a los amonestó para no hacerlo y ante la resistencia unos de ellos fueron detenidos. Un asunto muy delicado y potencialmente conflictivo que involucra sensibles aspectos religiosos, polí­ticos e internacionales. Las reacciones se han disparado: los conservadores exigen sanciones para prevenir estas actividades inaceptables en lugares consagrados a un determinado culto; los liberales que proponen una ley de acomodo de las prácticas religiosas (algo de tolerancia); en medio los que, con cierta lógica, proponen una reciprocidad: aceptar esos oficios si autorizan celebrar una misa en Santa Sofí­a de Estambul, o un servicio hebreo en la explanada del Templo, o un culto cristiano en Afganistán, o que permitan la construcción de una iglesia en Arabia Saudita o Irán. En todo caso el asunto debe manejarse sobre la base de profundo respecto a las prácticas religiosas de cada comunidad.