Escuchar a los candidatos presidenciales hablar de sus planes, de sus sueños e intenciones para el futuro de Guatemala es dar rienda suelta a la imaginación con las mejores intenciones del mundo. Sin embargo, todos sabemos que lo que proponen los políticos rara vez, si acaso, llega a concretarse en la realidad y es bueno preguntarnos si ello es porque están mintiendo de manera deliberada o simplemente porque no llegan a entender plenamente los vericuetos del ejercicio del poder.
Los candidatos pueden tener las mejores intenciones y de hecho hay que conceder que casi todos ellos están motivados para ofrecer al país sus brillantes ideas. Sin embargo, cuando el electo llega se da cuenta que no es fácil y a veces ni siquiera es posible cumplir con las promesas, porque no existe la capacidad institucional para hacer realidad esas buenas intenciones y esos sueños de una Guatemala mejor.
Creemos que un estadista tiene que darse cuenta que las constantes frustraciones generadas al elegir a nuestros políticos no son resultado, necesariamente, de que esos políticos sean malos, mentirosos, ladrones y sinvergí¼enzas. Terminan acomodados a un sistema que no funciona para lo esencial, pero que sí funciona, y muy bien, para satisfacer cualquier gusto o ambición del mandatario.
Lo primero es entender que Guatemala tiene una debilidad institucional patética que nos coloca en ese borde del estado fallido, y que la puede encontrar uno en todas las entidades que tienen responsabilidades públicas. Si hablamos de salud, no tenemos ni políticas de prevención ni hospitales abastecidos; si hablamos de educación, fuera de la propaganda no tenemos ni políticas orientadas a mejorar no sólo cantidad, sino calidad de la cobertura; si hablamos de seguridad no tenemos ni una Policía eficiente ni un Ejército que se haya depurado para fortalecerse institucionalmente para cumplir sus funciones en tiempos de paz.
Si hablamos de corrupción, no tenemos entidades fiscalizadoras y si lo hacemos del tema fiscal, tampoco hay quién evite ya no sólo la evasión, sino el robo del dinero que el contribuyente paga por IVA y que nunca entra a las arcas nacionales. Y podemos seguir pasando revista a cualquier dependencia. Hasta en áreas tan específicas como la diplomacia, tenemos carencias graves en la relación bilateral y ausencia de negociadores fogueados para representar dignamente los intereses nacionales.
Entonces, un gobernante no tiene instrumentos para realizar sus buenas intenciones y si lo primero es lo primero, lo que tienen que hacer es devolver eficiencia al Estado, capacidad a sus instituciones y coordinación eficiente para que puedan convertirse en políticas de corto, mediano y largo plazo. ¿Conoce usted al político que entienda esa debilidad del Estado y se muestre dispuesto a iniciar el proceso de recomposición para hacerlo eficiente? Si lo conoce, haga el favor de presentárnoslo.