Desde el momento en que se inició la campaña electoral, las vallas, afiches, carteles, banderas y banderines con propaganda de los diferentes partidos y sus candidatos empezaron a abundar en todos los lugares del país. Ahora, a punto de llegar al día de las votaciones, todo el mundo tiene algo de propaganda cerca de su casa, cuando menos. Soy vecina de San Miguel Petapa, uno de los municipios del departamento de Guatemala, y veo con desagrado que la cantidad de propaganda en las calles del pueblo ahora es tal, que las casas de los vecinos parecen estar sitiadas por un ejército de rostros, repetitivos hasta resultar cansadores, que se sobreponen unos a otros y que tratan de capturar, con irregular éxito, el voto que no supieron ganarse con propuestas serias. Y candidatos a alcalde, a diputados y por supuesto a presidente y vicepresidente tratan de mostrar su mejor perfil, y sus rostros nos devuelven la mirada desde cualquier lugar al que dirijamos la vista, esbozando una variedad de sonrisas: fingidas, naturales, tensas, sarcásticas, apuradas, tímidas y alguna hasta con cierto aire seductor, que son el denominador común en todos ellos.
La realidad es que, aunque pretenden mostrar una imagen que da la ilusión de cercanía con el vecino, lo único que consiguen es resaltar las peculiaridades de su personalidad y carácter, que todos les conocemos, como si su fotografía resultara un espejo de alta definición a media calle.
Y no exagero cuando digo que la cantidad de vallas, carteles y banderines es tal, que literalmente han logrado oscurecer las calles del pueblo. De día, la luz del sol se filtra con dificultad entre la maraña de hilos con banderines de plástico que cuelga de poste a poste, dándole al pueblo el aspecto de encontrarse a punto de ser asfixiado por una enredadera artificial y venenosa. Y por la noche, la débil luz del alumbrado público ilumina aún menos las calles del vecindario.
Si el pueblo de San Miguel Petapa se convirtiera en ser vivo y pudiera hablar, indudablemente pediría que lo liberaran con urgencia de esa enorme cantidad de basura que lo ahoga sin misericordia. El único consuelo es que queda poco tiempo y que entonces podremos, los vecinos, porque no lo harán los partidos políticos, proceder a retirar de nuestras calles, al ejército de rostros que ahora nos asedian. Y entonces, nuestras calles volverán a estar iluminadas…
y finalmente, después de las elecciones, algunos de los dueños de esas sonrisas resultaran ganadores, y entonces más importante aún, es si seguiremos siendo, libres ya de propaganda que ensombrezca nuestras calles, un país eternamente gris y deslucido, o si, por el contrario, habremos elegido a autoridades capaces de trabajar con honestidad y tesón para empezar a iluminar nuestro país. Eso es lo verdaderamente importante.