Nadie pone en duda la permanente presencia de la evolución y es más, todos aceptan como un hecho incontrovertible que todas las especies de los seres vivos sobre la Tierra están en indetenible evolución, ya sean estos seres unicelulares como una salmonella y como el más sofisticado ser viviente existente como lo es el hombre.
La Biología nos dice, al respecto de los seres vivos, que una de sus características es la capacidad de multiplicarse, de reproducirse, y entonces uno le pregunta a los evolucionistas anticreacionistas ¿cómo fue que, según ellos, de la materia inerte apareció el primerísimo ente con capacidad de respirar, nutrirse y de multiplicarse?, ¿de donde provenía, quién fabricó esa célula primigenia? Y el científico no creyente responderá, «de otra igual a ella».
Pero… ésta a su vez, ¿de donde vino? Y el evolucionista no creyente terminará por fin preguntándose ¿qué fue primero, el huevo o la gallina?
Y así al meditar sobre ese inentendible proceso algunos evolucionistas llegan a afirmar que la vida es consecuencia de la interacción química de material atómico y molecular, de millones y millones de partículas de materia que se ponen de acuerdo y deciden conjuntarse en perfectísimo orden y así conformar no sólo la Tierra sino una célula prokariota que sabe respirar, nutrirse y partirse en dos, y en dos, y en dos, y así multiplicarse.
Pero? es aquí cuando el evolucionista no creyente se detiene y se pregunta: ¿de donde salieron esas partículas de materia, esos protones y electrones? ¿Quién los puso en orden para así crear la materia? Llega entonces a la obligada conclusión de que fue una invisible sabiduría primigenia, aquel diseñador inteligente que es el Creador y quien de la nada sacó la materia y la luz.
El desacuerdo y la polémica continúan cuando se hace la obligada pregunta: ¿cómo fue que hizo su aparición el primerísimo ser vivo sobre la Tierra? Y retrocediendo otro poco más tiene que preguntarse, ¿cómo surgió la Tierra?
Y el no creyente se pregunta, ¿cómo fue que la materia, los átomos y moléculas carentes de vida sintieron la necesidad de vivir y entonces se agruparon y fabricaron la primerísima célula? Cómo sabían el camino para encontrar la vida y hacerse vivientes y haciendo uso de su saber partirse en dos y multiplicarse, ¿de dónde salieron esos saberes?, ¿quién les dijo cómo? y ¿cómo fue que las células decidieron conjuntarse para hacerse araña o mariposa, o chimpancé u hombre? Ese acontecer, señor evolucionista, anticreacionista ¿quién lo ordenó y les dijo como tenían que hacerlo?, ¿o fue de ellas que salió la iniciativa?
Esas preguntas se las harán aquellos que no creen en la creación, pero es entonces que los evolucionistas neo-Darwinianos tendrán que aceptar en su intimidad, así como lo hizo Darwin, la presencia de ese animador que anima la materia, materia que también por él fue creada. Creador que lo crea todo, la materia, la luz, los cielos y la Tierra y los seres que viven y evolucionan, ameba, chimpancé u hombre. Seres vivientes, y todos ellos, absolutamente todos estos seres fueron creados, y viven, y durante su vivir, evolucionan.
No podría evolucionar un ser que antes, no haya sido creado.
Se infiere así la obligada presencia de un sapientísimo Creador que allí está y que creó la evolución. Creador que ha creado el Escherichia Coli que vive, evoluciona y se hace resistente a la penicilina, que creó al perro que evoluciona y aparecen el Chihuahua y el San Bernardo y que creó al hombre que vive y evoluciona y aparecen sus diferentes razas.
La indetenible evolución de todo lo viviente que ya antes ha sido creado es un indiscutible acontecer.