Estamos a un año de la convocatoria para las elecciones de 2011. Las candidaturas encubiertas se han empezado a destapar y las fuerzas políticas han iniciado sus alianzas. Eso ocurrió recientemente en el Congreso. Allí tomó cuerpo el rumor de que la UNE buscaría el apoyo de la Gana y del ex presidente Arzú, de triste recordación por haber despilfarrado los Acuerdos de Paz, haber dejado abandonados a los migrantes en Estados Unidos y haber permitido el arranque de la espiral de violencia que hoy todos lamentamos. Intentos de alianza también hacen, sin embargo, otras fuerzas políticas de derecha, que buscan mantener su poder y privilegios.
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Las capas medias se aprestan a emitir un voto de castigo contra el partido en el gobierno y los sectores populares, aún los que reciben apoyo de Cohesión Social, saben que no pueden confiar en ninguno de los partidos políticos con recursos. Estos se proponen, sin embargo, comprar voluntades y aprovechar la violencia y la inseguridad como palancas para llegar al gobierno. También se habla de alianzas entre grupos políticos que no fueron responsables de la represión, no han caído en la corrupción y no están sujetos al crimen organizado. Entre estos se encuentran distintas corrientes de la izquierda guatemalteca, pese a que la población critica que algunos dirigentes y militantes hayan servido, acríticamente, en los sucesivos gobiernos negativos de Arzú, Portillo, Berger y Colom, todos dignos de castigo electoral. Sectores consecuentes de la izquierda han empezado a tender puentes entre las distintas fracciones que se han producido a lo largo de 13 años. La descomposición profunda del Estado guatemalteco y la proliferación de problemas al interior de la sociedad -corrupción, crimen organizado, narcotráfico, maras y apatía- hacen hoy recapacitar a sus dirigentes en torno a la responsabilidad que les corresponde de unirse y rescatar los valores mínimos por los que se luchó por tantos años. Ese esfuerzo es positivo y necesario, y si se logran superar los protagonismos, dogmatismos, hegemonismos y sectarismos que han plagado al movimiento revolucionario, surge la esperanza de que irrumpa en el panorama político un movimiento renovado y renovador, que realmente responda a los intereses de las grandes mayorías. Es, sin embargo, un proceso a mediano plazo, que no será suficientemente rápido para detener la caída de Guatemala hacia la condición de estado fallido. La izquierda puede y debe unirse, bajo la premisa de aceptar la diversidad sin exclusiones, pero a la luz de valores indispensables: no a la gente que participó en represión, no a la gente involucrada en la corrupción y el abuso de autoridad y no al crimen organizado y la violencia criminal. El paso siguiente tendrá que ser de humildad, planteando la apertura hacia sectores de nuestra sociedad, honestos y decididos, que no se identifican a sí mismo como izquierda. Es más, se debe aceptar que las candidaturas principales tendrán que provenir de estos otros sectores, que pueden lograr mayor aceptación de la población. Lo que muchos en el extranjero planteamos, y estamos dispuestos a empujar, es la conformación de un Frente Amplio, al estilo de Uruguay, que busque la elección y construcción de un gobierno de salvación nacional.