Dall»Anese y la soberaní­a


No tengo clara las razones por la que algunos ciudadanos se oponen a la designación de Francisco Dall»Anese como Comisionado Internacional contra la Impunidad en Guatemala, pero puedo presumir, según las opiniones vertidas en medios escritos y lo que se escucha por la calle que son como mí­nimo dos: el celo por el tema soberaní­a y cierta dosis de candidez.

Eduardo Blandón

El tema de la soberaní­a perdida (con la llegada ahora de un tico) tiende naturalmente a encender las pasiones.  Que si estamos vendiendo a bajo precio la piel, que si la intromisión extranjera, la dignidad, la falta de hombrí­a, ciudadaní­a…  Los argumentos salen a borbotones.  De repente, el tema de la CICIG une a izquierda y derecha.  Mis amigos, usualmente izquierdosos y dizque revolucionarios se muestran súbitamente suspicaces, celosos, encendidos en patrio ardimiento, negando cualquier posibilidad de éxito del burócrata internacional e implorando otra salida (sin decir cuál). 

Lo extraño del discurso, lo que demuestra contradicción (porque al final así­ somos), es el silencio o la tolerancia de otras «intromisiones»: la participación de la OEA en asuntos internos de Honduras, por ejemplo o las bases antinarcóticos instaladas en Guatemala con el apoyo de unidades estadounidenses.  Aquí­ sí­ nos hacemos los tontos y nos mostramos distraí­dos.  Pero no lo estamos.  Lo que sucede es que tenemos doble rasero a la hora de juzgar los hechos.

El argumento de la soberaní­a puede ser genial si toca la dermis de los ciudadanos, pero en un paí­s en donde escasea la pasión por lo propio, la nacionalidad y el concepto de nación, dudo mucho que tenga éxito semejante idea.  Afecta, claro está, a la clase media (semiinstruida), educada en colegios y universidades privadas, que súbitamente siente pálpitos extraños en su corazón (Guate-ímala), pero más allá, está condenada al fracaso.

La urgencia de la mayorí­a (y aquí­ me incluyo) es el de la justicia.  Somos un paí­s, como dice el Evangelio, con hambre y sed de justicia.  Y con este ardor estomacal por falta de pan (justicia) no hay tiempo para consideraciones abstractas como eso de «soberaní­a».  Y no es que no se piense por pereza o ausencia de neuronas, sino porque lo privativo, lo fundamental ahora es atacar la impunidad y hacer cumplir la ley. 

Como morimos de inanición porque no hemos sido capaces de hacer cumplir la ley (no podemos o no hemos podido), es necesario la ayuda amiga que nos permita sobrevivir.  Ya después, con suficiente vitamina en el cuerpo, podemos plantearnos otras opciones, pero ahora tenemos una urgencia impostergable.  La filosofí­a la vamos a dejar para después (Primum vivere, deinde philosophare).

Los cándidos deberí­an pensarla más, los instruidos dar el beneficio de la duda.  Quizá este sea un buen camino para reconstruir el paí­s con justicia.