Ya pasó la marejada político-electoral que con tantos rugidos nos perturbó en muchos momentos de la cotidiana vida normal, incluso de placentero descanso y de agradables y desagradables sueños… ¡Felicitémonos!
Los que osamos ejercer la función de «postes indicadores» en las encrucijadas de nuestro mundillo en particular, es posible que poco a poco vayamos tratando seriamente -al menos lo intentaremos- lo relativo al regolfo en que se ahogan los avances positivos del suelo patrio. ¡Y nunca es tarde para analizar esas cosas, por espinosas que sean!
Todos los políticos partidistas que aparecieron en el escenario nacional (especialmente en la primera «jugada») con pretensiones de ocupar posiciones en el palacio-verde esperanza, en el atiborrado, cacaraquiento y sombrío caserón de la novena avenida y en la mayoría de las 332 municipalidades en que campean casi siempre la ineficiencia, el saqueo de las arcas con propósitos de fácil enriquecimiento deshonesto, así como lo inedificante de la politiquería, estuvieron ofreciendo el oro y el moro a la gente de los ambientes urbanos y rurales del país, muchos con ventradas demagógicas y a sabiendas de que sería difícil o imposible cumplir las sartas de promesas.
El domingo 4 de este noviembre fue el día de la decisión de un sector ciudadano que no es, realmente, la de todo el conglomerado ciudadano, mucho menos la del resto del pueblo que, por razones de edad y de otros motivos, no es apto para introducir, por así decirlo, su voluntad en las urnas. Como entre paréntesis, cabe y es oportuno señalar que los politiquientos, ya sea por abuso, por ignorancia supina o por mera jactancia demagógica, hacen uso incorrecto de la palabra «pueblo» cuando se entregan a lanzar cataratas de verborrea ante grupos y grupúsculos de sus «correligionarios» y mirones que concurren a los mítines de campaña.
El ahora presidente electo, ílvaro Colom, abundó en promesas a lo largo de la lucha político-electoral, promesas referentes a 700 mil empleos, a otras millaradas de viviendas, a los problemas raciales, a la acción contra el narcotráfico, el contrabando de mercaderías, el crimen organizado, a la corrupción de los funcionarios públicos, a la educación, a la salud y a la inseguridad con inteligencia (¡?!).
Buen cuidado tuvo Colom, mucho, mucho, de no exponer con la franqueza de los buenos guatemaltecos lo que pueda hacer en materia de relaciones internacionales. Ha dejado de lado lo explícito y lo específico en tal sentido; mas, visiblemente ufano por haber recibido las bendiciones de una parte del electorado, dijo que mantendría esos lazos con todos los países? y ofreció, virtualmente recurriendo a lo eufórico-humorístico, que al término de la «fiesta cívica» dejaría de fumar? No se sabe qué ha decidido hacer en cuanto a la «alegría embotellada» durante las infaltables francachelas, sobre todo en el feliz trafagar a través de cercanas y lejanas latitudes, como ha sido el «costumbro» de los pilotos de la embarcación de los últimos tiempos, quienes, por cierto, no han tenido logros positivos que siquiera puedan atenuar la pesadilla del infortunado Juan Pueblo. Empero?, ¡que viva la democracia! Y, conste, muy a distancia estamos de avalar los regímenes del sistema liberticida del Caribe y del sur ¡que tienden a eclipsarse más temprano que tarde! Constituyen toda una variedad los comentarios que han ocupado los espacios, antes y después del jaleo comicial 2007, en los periódicos, en la radio y en la televisión, en lo que hace a la jornada burocrática de rutina y de lo político-ideológico, propiamente dicho, del próximo gobernante de esta parcela centroamericana. El doctor Coronado y el licenciado Bauer Paiz han sacado a relucir «algo» muy significativo del presidente que tendremos en funciones tras colocarse entre pecho y espalda la simbólica banda azul y blanco el 14 de enero del 2008 en esta nuestra Guatemala que ha parecido estar a pocos pasos de hundirse en los tremedales de la anarquía total.
Ya habrá oportunidad de referirnos a la causalidad de los gananciosos y de los perdidosos del pugilato final.