Los líderes de la Unión Europea optaron en su cumbre de jueves y viernes en Bruselas por lograr consensos de mínimos, evitando mostrar las grandes diferencias que siguen teniendo en temas claves para el bloque: Turquía, el proceso de ampliación y el proyecto de Constitución.
«Es una de las cumbre europeas con menos drama o morbo», graficó con honestidad el secretario de Estado español para Asuntos Europeos, Alberto Navarro, gran conocedor de la vida comunitaria, el jueves por la noche, cuando la cumbre llevaba apenas dos horas de duración.
«La cuestión de Turquía está resuelta. No hay más nada», dijo un ministro de Relaciones Exteriores fuera de micrófono y con una sonrisa al llegar ese mismo día a la sede del Consejo de la UE en la capital belga.
Ni Navarro ni el ministro mentían al referirse a la monotonía general de la cumbre de cierre de la presidencia finlandesa de la Unión Europea, un clima buscado en forma expresa para evitar otro enfrentamiento público entre los socios comunitarios, esta vez a raíz de la cuestión de la suspensión parcial de las negociaciones de adhesión con Ankara.
Como esa decisión se tomó el lunes en un encuentro de cancilleres, Finlandia logró su cometido de celebrar una cumbre centrada en un intercambio de opiniones y consensos mínimos, sin por ello poner fin a las disputas entre los «proturcos», encabezados por el primer ministro británico, Tony Blair, y los «duros», liderados por chipriotas y griegos bien secundados por franceses y alemanes.
Sobre la ampliación en general, los 25 no cerraron la puerta a los candidatos oficiales (Croacia, Turquía y Macedonia) y posibles aspirantes (Serbia, Bosnia, Albania, Montenegro), pero estimaron que la UE debe funcionar mejor antes de recibir nuevos miembros.
«Debemos garantizar que las próximas oleadas (de ampliación) serán un éxito. Es importante que los países candidatos cumplan las condiciones y que la UE sea capaz de funcionar de forma eficaz y desarrollarse», declaró el primer ministro finlandés, Matti Vahanen.
Enfrentados a opiniones públicas cada vez más escépticas, los líderes no modificaron los criterios de adhesión y midieron sus palabras con sumo cuidado para no herir susceptibilidades, especialmente de cara a los Balcanes, una región considerada parte de Europa y destinada a integrar el bloque algún día.
Vinculado íntimamente a la ampliación, el proyecto de Constitución europea, cuyo objetivo era permitir un mejor funcionamiento del bloque con 25, 27 y más miembros, sigue en la nebulosa.
Más de 18 meses después de su rechazo por parte de franceses y holandeses, los dirigentes europeos constataron el viernes la paralización del proyecto y sólo parecen de acuerdo en una cosa: hay que salvar los elementos esenciales del texto.
España y Luxemburgo, dos de los países que ratificaron el Tratado, propusieron reunir en enero próximo en Madrid a los Estados miembros que avalaron ese texto para relanzar el proceso «preservando el contenido» del mismo, una forma de admitir la muerte del documento en su forma original.
En cuanto a una decisión final sobre el tema, todavía hay tiempo, ya que el calendario establecido por los 25 en junio pasado indica que recién se adoptará bajo la presidencia francesa de la UE en el segundo semestre de 2008.