Cultura y sociedad en la Revolución Guatemalteca de 1944-1954 II


Juan José Arévalo y ministros de Estado recorren instalaciones del aeropuerto

Es, precisamente, en el contexto anterior que vimos en la entrega anterior, en el que principiaron a impulsarse las reformas sociales que promovió el presidente Arévalo Bermejo.

Celso Lara

El proyecto arevalista tení­a poco que ver con reformas radicales en el agro o programas de desarrollo industrial que pudieran cambiar el centro de gravitación de la economí­a guatemalteca. Eso, por otra parte era impensable en un plazo corto como él mismo lo decí­a, «la paternidad de sus concepciones habí­a que buscarla en la tradición nacionalista latinoamericana y en el pensamiento del presidente Roosevelt». En los primeros años del gobierno de Arévalo y luego de sentarse las primeras bases jurí­dicas de su programa de reformas, surgieron nuevas instituciones, sindicatos, agrupaciones polí­ticas, partidos, ligas campesinas, cooperativas, asociaciones y diversas modalidades de organización y acción. La sociedad guatemalteca estaba saliendo de décadas de oscurantismo y virtual «estado de sitio» y el nuevo ejercicio de una naciente democracia, empezó a despertar inquietud por buscar solución a los problemas más acuciantes de la estructura socioeconómica dentro de una estrategia nacionalista revolucionaria.

Se declara de utilidad e interés nacional, el desarrollo de una polí­tica integral para el mejoramiento económico, social y cultural de los grupos indí­genas. A este efecto, se dictaron leyes, reglamentos y disposiciones especiales para los grupos indí­genas, contemplando sus necesidades, condiciones, prácticas, usos y costumbres. Las polí­ticas educativas de Arévalo lo llevaron a considerar prioridad la alfabetización de los indí­genas, pero para ello necesitaba conocer sus condiciones de vida y contar con instituciones para realizar este tipo de trabajo. Arévalo proponí­a un socialismo espiritual (idealismo filosófico), que pretendí­a aplicar desde la polí­tica hacia la economí­a y no a la inversa.

Como doctor en pedagogí­a lo primero que inició fue una amplia labor de alfabetización, pero se encontró con el problema de la diversidad de idiomas en los grupos indí­genas; esto provocó un cambio radical: castellanizar primero (reforma educativa a nivel rural). Pero para ello se necesitaba de especialistas en lingí¼í­stica. Sin embargo debido a limitantes del Instituto Indigenista Nacional, el cual fue inaugurado oficialmente en el marco del homenaje ofrecido a la Facultad de Humanidades de la Universidad de San Carlos de Guatemala, Manuel Galich, ministro de Educación y Antonio Goubaud Carrera, director del Instituto, pronunciaron profundos discursos y el vicerrector de la Universidad de La Habana, Roberto Agramante, reiteraron que dentro de todos los problemas nacionales, «el del indí­gena» era el más agudo en Guatemala.

El Instituto Indigenista era una obra revolucionaria y acusa un criterio distinto sobre la manera de enfocar el problema fundamental guatemalteco y porque planteándolo en sus justos términos, a una investigación verdaderamente cientí­fica, proporcionarí­a al Estado la orientación técnica indispensable en la polí­tica a seguir, con la población indí­gena.

La reciente creación del Instituto Indigenista Nacional (1945), y la creciente polí­tica indigenista de integración, provocó la aceptación del gobierno de turno y por consiguiente de la clase social hegemónica; es así­ que se inicia la creación de otra institución destinada, al apoyo del Instituto Indigenista Nacional, al conocimiento de los grupos étnicos, siendo su principal trabajo, la conservación del Patrimonio Cultural (museos y sitios arqueológicos), obviamente la exaltación del glorioso pasado y que los grupos étnicos antiguos del mundo prehispánico, eran mejores que los actuales. Esta nueva institución va a ser el Instituto de Antropologí­a e Historia de Guatemala creado por Acuerdo de Gobierno No. 22 el 23 de febrero de 1946.

Los objetivos del Instituto Indigenista Nacional y los del Instituto de Antropologí­a e Historia eran para que se complementaran. El IDAEH se encargarí­a de la protección del patrimonio cultural, es decir todo lo referente al pasado incluyendo los centros arqueológicos, mientras que el Instituto Indigenista se encargarí­a de los grupos indí­genas contemporáneos, es decir de la parte social. Y como lo señala Francisco Rodrí­guez Ruanet «surgen de una sola idea pero fundadas separadas en diferentes fechas, pero nunca trabajaron juntas».

La visión arevalista perseguí­a que el trabajo que debí­a desarrollar el IDAEH fuera imperativamente mejorar la organización y administración de los museos, coordinar los organismos que en ese entonces controlaban la riqueza arqueológica, iniciar e impulsar los estudios etnográficos y folklóricos así­ como intensificar la investigación histórica, descartando la influencia de partido o el prejuicio de clase que habí­an impedido hasta ese momento una exacta valoración de la trayectoria cultural y polí­tica del paí­s.

Las primeras labores del IDAEH fueron la reconstrucción del Museo de Historia y Bellas Artes, la implementación del Museo Colonial de Antigua Guatemala y finalmente la supervisión de los trabajos de excavación, restauración y conservación del sitio arqueológico de Zaculeu.

Entre las atribuciones y propósitos de la estrategia arevalista, además de las funciones que de manera especí­fica le asignaba la ley sobre Protección y Conservación de los Monumentos, Objetos Arqueológicos, Históricos y Tí­picos del IDAEH se encontraban:

* La investigación cientí­fica de la antropologí­a e historia de Guatemala.

* La creación, organización, dirección y mantenimiento de los museos de la República.

* La exploración, excavación, restauración y conservación de los monumentos arqueológicos, históricos y artí­sticos.

* La protección de toda clase de monumentos nacionales.

* Contribuir a la preparación cientí­fica y técnica de guatemaltecos en estudios y trabajos relacionados con la antropologí­a y la historia.

* Emitir dictámenes técnicos en las materias de su competencia.

* Autorizar las investigaciones cientí­ficas, construcciones y reparaciones en las ramas de su competencia.

* Coordinar los organismos dispersos, ya existí­an bajo una sola organización administrativa y bajo la dirección de un comité técnico, para lograr así­ la unidad necesaria e impulsar estas armas de la cultura.

* En relación con el Instituto Indigenista Nacional, sostener una sección etnográfica para impulsar su estudio, el cual hasta ese momento habí­a sido monopolio de los hombres de ciencia extranjeros, tanto por falta de interés en el paí­s hacia esa disciplina como por su escaso desarrollo.

El IDAEH para sus labores necesitó la creación de varias secciones y de un órgano de dirección, la organización se planteó a partir de un consejo directivo presidido por una Dirección General, un asesor jurí­dico y siete secciones, las cuales fueron Sección de Bellas Artes a cargo del maestro Rodolfo Galleoti Torres; Sección de etnologí­a a cargo del licenciado Antonio Goubaud Carrera; Sección de geografí­a a cargo del ingeniero Eduardo Goyzueta; Sección de Historia a cargo del profesor Joaquí­n Pardo; Sección de arqueologí­a por Robert Smith; Sección de museologí­a por Antonio Tejeda Fonseca; y la Sección de docencia y divulgación a cargo de David Vela. Con toda esta organización el gobierno del doctor Arévalo perseguí­a en este ámbito realizar los siguientes trabajos:

* Inventarios y catálogos en todos los niveles de museos, sitios arqueológicos, monumentos coloniales, archivos de fotografí­as.

* Instituciones, escuelas, cátedras especiales y seminarios: el único organismo que impartí­a estudios de historia era la Facultad de Humanidades de la Universidad de San Carlos de Guatemala, es por ello que el IDAEH estableció relaciones con ésta e intensificó las cátedras especiales de arqueologí­a y programas más completos.

* Planes de excavación y conservación de monumentos, ello incluye los trabajos de la UFCO y la Fundación Carnegie de Washington (levantamientos topográficos, excavaciones, planos, reconocimientos, etc.) en toda Guatemala.

* Museos: la completa administración y coordinación de los museos existentes en estas fechas, tanto metropolitanos como regionales.

La ley orgánica del IDAEH (inédita) encerró todo un pensamiento sobre patrimonio cultural a finales de la década de los años 1940. La importancia de esa ley, era que se fundamentaba en el pensamiento de la Revolución, el interés por conocer al indí­gena con los lineamientos dados por las polí­ticas indigenistas. Entre 1945 y 1954 el Instituto Indigenista y el IDAEH efectuaron un extenso trabajo, tratando de conocer las formas de subsistencia de tres grupos indí­genas, organización social, idioma, proyectos arqueológicos, monografí­as y otros esfuerzos, prácticamente en el conocimiento del indí­gena para su integración, único esfuerzo de envergadura académica y cientí­fico social que se haya realizado en el paí­s desde entonces a la actualidad.

El IDAEH en su etapa de 1949-1954 efectuó una labor de docencia e investigación bastante amplia, como también la creación de museos. Interactuando este trabajo con la perspectiva educativa del gobierno. Sobre el trabajo que encaminó el IDAEH en relación al campo educativo, señala Hugo Cerezo Dardón «de esta forma a través de los maestros se podrí­a llevar la cultura nacional a los niños y fortalecer la nacionalidad», esto por las funciones docentes del IDAEH que proyectaba una gran atención a las escuelas primarias y de nivel medio, así­ como para personas adultas de distinta formación cultural.

Fue la visionaria labor del presidente Arévalo Bermejo la que plasmó iniciativas apoyadas en una ideologí­a que él mismo consideró «socialismo espiritual» y que algunos no tendrí­an inconveniente en clasificar dentro de la amplia gama de idealismos filosóficos afines a la teorí­a polí­tica hegemónica. Ya que basó su visión «al llamar a esta corriente de pensamiento espiritualista en un socialismo de postguerra, era porque en el mundo, como en Guatemala, se producirí­a un vuelco fundamental en la escala de los valores humanos. La prédica materialista habí­a quedado evidenciada como un nuevo instrumento al servicio de las doctrinas totalitarias. El comunismo, el fascismo y el nazismo también habí­an sido socialistas. Pero un socialismo que daba de comer con la mano izquierda, mientras con la mano derecha mutilaba las esencias morales y civiles del hombre. Del nacional-socialismo, el más moderno de todos los sistemas (en ese entonces), sólo pudo brotar, por eso, un conglomerado de trabajadores mecanizados bien vestidos y bien comidos, que habí­an perdido como precio de esas ventajas, su jerarquí­a como ciudadanos y su autoridad dentro de la familia. A diferencia de ellos, el socialismo espiritualista, afirmaba Arévalo, superarí­a la fórmula filosófica del nazismo que sólo concedí­a personalidad al conductor, comenzarí­a como el liberalismo, por devolver a la personalidad moral y civil toda su majestad, pero irí­a más allá del liberalismo al cancelar la insularidad del hombre obligándolo a engarzarse en la atmósfera de los valores, las necesidades y los fines de la sociedad, entendida ésta simultáneamente como un organismo económico y como una entidad espiritual. Lo espiritual, sin embargo, regirá en esta imagen del mundo a los planos económicos de la vida, para fecundarlos, para infundirles sentido nacional». La anterior referencia fue tomada de un escrito polí­tico y un discurso presidencial del propio doctor Arévalo.

El objetivo final de la polí­tica arevalista a nivel macrosocial, era el elevar el nivel de vida de las mayorí­as, que muy difí­cilmente podrí­a alcanzarse si no se realizaban cambios en la estructura de la propiedad sobre la tierra y en el acceso a los servicios, a la educación y a la asistencia sanitaria.

La estrategia arevalista, sin embargo, logró con relativo éxito, realizar las cosas a la inversa, yendo de la polí­tica a la economí­a. Primero, la alfabetización, luego la evaluación de las condiciones de vida y finalmente, la implementación de medidas que permitieran alcanzar el mencionado objetivo de erradicar el hambre y la ignorancia.

Es así­ como el presidente Juan José Arévalo, con sus pretendidas reformas estructurales y apoyado por una élite de guatemaltecos emprendedores, sabios y ciudadanos comprometidos con su nación, quiso fundar las bases de un cambio social que llevarí­a a construir la anhelada sociedad guatemalteca del futuro. Y fue el Instituto de Antropologí­a e Historia uno de los espacios de acción que permitió edificar tan prometedor proyecto.