Cuijes


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“Caminan por las calles,
buscando alguna novedad,
para ponerle pies y cola,
y acabar con la tranquilidad”.

Claudia Navas Dangel
cnavasdangel@gmail.com


¡Por Dios!, cómo abundan. Algunos cuidan mujeres de políticos o empresarios, otros maridos de intenciones ligeras. Los hay en el Gobierno, más en este. Ojo al Cristo, viendo quien dice o no dice, o intentó decir. Aparecen donde menos se lo piensa uno: en el bus, disfrazados de chicleros en el centro, de limpia algo en dependencias estatales, de meseros (esos no fallan) y por supuesto de profesionales en las oficinas, grandes instituciones y corporaciones. Con la corbata puesta o la falda bien planchada, la sonrisa evidenciando el uso de pasta dental con blanqueador, apretando la mano (por no decir el beso bíblico de la Santa Cena) y ofreciendo siempre su apoyo, ¡qué mejor retrato!

Escurridizos, viborescos, astutos (indudablemente), pero por supuesto, carentes de talento, está de más decir que también de valores, de ideas y de determinación. Se enrollan al que parece brillar más y luego se escurren para limpiarle el camino al amo sin importarles para nada vulnerar los derechos y la dignidad de sus antónimos.

“Se mueven muy quedito,
las orejas como radar,
escuchando lo que no les importa,
para luego irlo a contar”

Cuijes o también orejas, el calificativo vale y resulta casi lo mismo. Gente empobrecida sin autoestima, carentes de afecto y de decencia. Abundan, se reproducen cual gremlins y forman parte del inventario de los espacios nacionales.

Afirmativos con quien trabajan, adulan, aplauden, pero al voltear el rostro escupen anhelando ser ellos los del “trono”, y mientras trabajan para lograr que el dicho aquel “el que se fue de Sevilla perdió su silla”, se haga realidad.

No puedo evitar repelerlos y tampoco puedo evitar que aparezcan por ahí, que merodeen cerca, que invadan mi espacio y me aturdan la cabeza. Cuijes, culebras, miserables, ligosos cual Smeagol, despreciables. Ellos y quienes los amparan. Quienes basan sus “glorias” en sus chismes, en sus halagos y patrañas.

“Se comen a las personas,
como buitres a la carroña,
solo quedan satisfechos,
al soltar toda su ponzoña”.(Ramón Luis)

Y al que le caiga el guante, que se ahogue en su propio veneno.