La senadora demócrata Hillary Clinton incorporó los nuevos hábitos de un candidato presidencial con el fin de construir metódicamente una nueva imagen, en una campaña donde ningún detalle se deja librado al azar.
Primera mujer en aspirar a la Casa Blanca, la senadora por el Estado de Nueva York pone tanto entusiasmo en abrazar a un bebé, recorrer el sur profundo, compartir la pena de la madre de un soldado muerto en Irak que para hablar de agricultura ecológica en Nueva Inglaterra; el mismo empeño que la convirtió en parlamentaria modelo.
De primera dama de Estados Unidos y esposa humillada por el escándalo que protagonizó su marido tras su romance con Monica Lewinsky, esta mujer se supo transformar en una candidata de peso para las elecciones estadounidenses de 2008.
«Hemos visto varias facetas de Hillary en estos últimos años, pero al igual que todos los que se lanzan a la carrera presidencial, ella no tuvo más remedio que reinventarse en cierta medida», declaró Linda Fowler, profesora de Ciencias Políticas en Dartmouth College (New Hampshire, noreste).
Propuso el mes pasado una serie de iniciativas para los soldados estadounidenses heridos en Irak y Afganistán.
Defendió los derechos de los negros en Alabama (sur) durante un discurso en el que incluso llegó a adoptar un ligero acento sureño, en una jugada que le valió las burlas de algunos de sus críticos y que los humoristas no quisieron dejar pasar.
«Hay una parte de su candidatura en la que ella está jugando», dijo Dean Spiliotes, de Saint Anselm College (New Hampshire), quien destacó la experiencia, los aliados con los que cuenta, entre ellos su esposo el célebre ex presidente Bill Clinton, su equipo de experimentados asesores y su capacidad en la recolección de fondos de campaña.
El periódico New York Times, que siguió su campaña durante varias semanas, describió con mucho humor las diversas facetas de la candidata: «la sólida guerrera»; «la compañera» o «la que sabe escuchar».
El Washington Post la bautizó como «la candidata cliché», analizando su capacidad de decir lugares comunes, pero subraya que al mismo tiempo esas «banalidades son todas lanzadas de manera deliberada».
«Ella enciende a la izquierda del partido, ante un electorado que manifiesta fuertemente su oposición a la guerra», analizó Spiliotes.
Pero pese a que Hillary Clinton critica con virulencia la gestión de la guerra en Irak por el presidente George W. Bush, se niega a reconocer como un «error» su voto de 2002 que autorizó el ataque de Estados Unidos.
«Ella no puede hablar abiertamente como candidata. No es algo necesariamente malo que alguien que quiera ser presidente mida sus palabras», estimó Linda Fowler.
La táctica de prudencia de Clinton parece dar sus frutos: hasta ahora ha encabezado siempre las intenciones de los votos demócratas. A comienzos de marzo recibió un 40% de apoyo contra el 28% que recibió su rival, candidato del mismo partido, el popular senador negro Barack Obama.
A la vez que amasa un enorme botín de campaña, que le dio cerca de 10 millones de dólares tan sólo durante la semana pasada.
«La nueva Hillary inició su reencarnación en el momento que ingresó al Senado», destacó Karlyn Bowman, especialista en encuestas del American Enterprise Institute, un centro de investigación conservador.
«Trabajó muy duramente, estudia los temas del día, contrayendo amistades que no se limitan a su partido. Es un primer paso esencial hacia el camino a la Casa Blanca», dijo Bowman.
«Pero es una personalidad que divide», añadió, citando recientes sondeos que muestran que un 48% de los estadounidenses continúa teniendo una opinión desfavorable sobre ella y que un 50% no la votaría como candidata demócrata.