Sin darle la espalda, decenas de cubanos acuden cada día a la tumba siempre florida de «La Milagrosa» en busca de salud, un hijo, un viaje, un novio o una permuta, para no dejar morir a una de las mayores leyendas populares de la isla que vive hace más de un siglo.
El blanco sepulcro donde Amelia Goyri fue enterrada el 3 de mayo de 1901 es sitio de peregrinación en el Cementerio de Colón, joya arquitectónica del siglo XIX, sobre todo en mayo que se celebra el Día de la Madre.
Sonia Rodríguez, humilde ama de casa de 46 años, cumplió todo el ritual: golpeó tres veces la aldaba de bronce del panteón, dejó un ramito de azucenas, rogó por favores y se alejó marcha atrás luego de tocar el brazo percudido de la estatua de dos metros de mármol de Carrara (Italia), de una mujer que carga a un niño apoyada a una cruz.
«Un hijo mío tiene sida. Mi nuera perdió un niño cuando le faltaban 15 días para nacer y está de nuevo embarazada. Ella también tiene la enfermedad y quiero que mi nieto venga al mundo», dice a la AFP.
La tumba, cuidada todos los días por una devota, atrae a creyentes de toda la isla y de países como México, Canadá, Italia, España o Venezuela, en un culto tolerado por la Iglesia Católica que encierra mucho de imaginación popular, fuerte carga espiritual y una historia de amor.
Cuenta la leyenda que Amelia, una aristócrata de origen vasco, falleció a los 24 años en el parto de una niña, cuando tenía ocho meses de embarazo, desgarrando el corazón de José Vicente Adott, un español con quien se casó pese a la prohibición de su familia por ser de menor estrato social.
Fue sepultada con su hija a los pies, narra el historiador Luis Segoviano. Trece años después, Adott quiso verla y abrió la tumba. Nació el mito: Amelia estaba intacta con la niña en brazos.
«Su esposo la visitó por 40 años, día a día, hasta que murió. Golpeaba la aldaba para despertar el espíritu de su amada, meditaba y con el sombrero en el pecho salía sin darle la espalda. Un verdadero delirio de amor», relata Segoviano junto al sepulcro repleto de visitantes.
Un millar de placas con mensajes de agradecimiento rodean la tumba. El fin de semana del 9 de mayo, cuando Cuba festejó el Día de las Madres, llegaron unas 60.000 personas al Cementerio y le dieron serenata con violines.
Sollozando, Diómedes Diéguez, una bailarina de 24 años, confiesa: «Mi abuela murió. Vine a pedirle que bendiga mi vientre y me de mucha salud para parir un hijo sano y salvo», explica.
«Es lugar de convergencia, de sincretismo, visitado por católicos, santeros o ateos. El gran valor de nuestros pueblos latinoamericanos es la riqueza de sus tradiciones. La Milagrosa simboliza el arraigo popular del cubano», dice Sogoviano, esquivando al gentío.
Alex, de 16 años, pidió por un viaje para visitar a su hermana «en la yuma (EEUU)»; Magaly, de 37, una permuta (cambio de casa); y Rolando, de 52, «desenvolvimiento económico».
De vestido y turbante azul, color de Yemanyá (diosa del mar) en el culto yoruba de origen africano, Ibis Repilado, una ex enfermera mulata de 73 años, llegó de Santiago de Cuba, 900 km al este, a pedir por un «nieto preso» y por salud, pues explica, apuntando al corazón, vive con un marcapasos.
Su hermana Olga, de amarillo -Ochún, deidad del amor- y quien asegura son parientes de la fallecida estrella del Buena Vista Social Club Francisco Repilado (Compay Segundo), hace un collage de peticiones: «Salud pa»l Comandante Fidel Castro, la paz mundial, prosperidad en mi familia y «aché» (bienestar) para una sobrina enferma», dice la octogenaria.
Intentando no tropezar, Félix Zavala, de 68 años, cree que «sea realidad o leyenda, es la «santa del pueblo»»: «Yo, como José Vicente, quedé viudo, pero… ¿por qué no? vengo a pedirle que me depare un amor».