El 26 de julio se cumplieron 54 años del asalto al Cuartel Moncada, cerca de Santiago de Cuba, ataque que inició la Revolución Cubana. Fidel Castro dirigió a unos 160 rebeldes con el objetivo de ocupar el campamento, tomar el Palacio de Justicia, de un hospital cercano y desde una estación de radio llamar a la huelga general de todo el pueblo. Los rebeldes lucharon contra una mayor potencia de fuego y superioridad numérica. Ocho atacantes murieron, 12 fueron heridos y más de 70 tomados prisioneros. Con excepción de Haydée Santamaría, Melba Hernández y Ramón Pez Ferro, los demás combatientes de retaguardia fueron torturados y asesinados el mismo 26 de julio, en el cuartel.
Fidel logró escapar y se escondió en la Sierra Maestra. Una semana después se rindió para enfrentar un juicio en su contra, durante el cual se defendió a sí mismo con el famoso alegato «La historia me absolverá», una denuncia vibrante y un programa radical para que Cuba dejara de ser una semicolonia de Estados Unidos, como ocurre con la mayoría de países al sur del Río Bravo, en donde las clases dominantes son meros apéndices de la metrópoli, incapaces de edificar un régimen social y político autónomo. La acción del Moncada y el discurso de Fidel Castro ante sus jueces se proyecta en la circunstancia guatemalteca con una sucesión de gobiernos que han desplazado su función principal de garantizar el bienestar de las personas por la más rentable de proteger los intereses del capital. El desplazamiento del interés público por el privado, en la función del Estado, y la corrupción de las instituciones a que se refiere «La historia me absolverá», en la Cuba de 1953, es la norma en la Guatemala de principios del siglo XXI.
Cuba adoptó el socialismo para garantizar el apoyo soviético y mantener la estabilidad de su economía. De lo contrario, ésta se habría «hundido como un barquito de papel» ante el bloqueo norteamericano, según la expresión de Julio Cortázar. El cambio de ese modelo es una decisión que sólo los cubanos pueden asumir. La crítica al socialismo isleño no puede pedirse a un país permanentemente agredido, ya que esto equivaldría a extender su acta de defunción política. Es justo reconocer que Estados Unidos es el responsable del carácter monolítico del Estado cubano.
Los latinoamericanos no debemos preguntarnos qué queda para Cuba, ya que ¿Acaso nuestros países y los demás pueblos del Tercer Mundo no son los más acorralados? Quienes se desgarran las vestiduras contra el régimen cubano no reconocen que la nuestra es una republiqueta en que se instauró una democracia del escándalo. El gobierno de los humildes y para los humildes proclamado desde Moncada ha permitido grandes avances sociales, a diferencia de Guatemala, en donde la gente se muere de hambre y la pobrería no tiene acceso a los servicios básicos de educación y salud. Reitero: Cuba está lejos de ser un paraíso, pero nosotros sí estamos cerca del infierno.