«De aquí en adelante empieza la tarea de preservar y consolidar la paz»
Acuerdo de Paz Firme y Duradera
Durante la pasada campaña electoral, el doctor Eduardo Suger, candidato presidencial por el Centro de Acción Social (CASA) aseguró que el contenido de los Acuerdos de Paz, firmados hoy hace trece años por el Gobierno y la comandancia de la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG), ya no responde a la necesidad y realidad del país; su discurso, centrado en el combate a la violencia y al terrorismo, le aseguró el cuarto lugar en la contienda.
El pensamiento de Suger es representativo de una buena parte de la población, que rechaza el contenido de los Acuerdos de Paz, ya sea por desconocimiento o por cuestiones políticas, situación que ayuda a garantizar el estado de privilegio de una minoría poblacional, a expensas de la pobreza, marginación y exclusión de la mayoría.
Este discurso de la lucha contra la violencia y contra la corrupción -válido pero no suficiente-, nos ha negado constantemente nuestra historia y oculta sistemáticamente una realidad más cruda, como por ejemplo, la situación en la que viven las familias campesinas, la militarización de muchas comunidades y de la seguridad civil, la baja carga tributaria y, lo que es peor, la brecha tan profunda entre ricos y pobres.
No se trata tampoco de ignorar los avances en estos trece años. Es evidente que ahora se tiene un grado mayor de libertad de expresión, de organización y de acción; los pueblos indígenas han logrado el reconocimiento de varios de sus derechos colectivos; también se creó institucionalidad para varios procesos de desarrollo…
Pero las transformaciones más profundas que se plantearon en los Acuerdos de Paz sí han quedado prácticamente como letra muerta, y esto, gracias al discurso y acciones de políticos, empresarios e intelectuales orgánicos que se oponen, entre otras cosas, a una Reforma Tributaria de carácter progresivo, a la reestructuración de la tenencia de la tierra, al reconocimiento pleno de los derechos colectivos de los pueblos indígenas, a la desmilitarización de la sociedad, a la libertad sindical y libertad de expresión, y al resarcimiento para las víctimas, que incluye el reconocimiento por parte del Estado del genocidio que se cometió contra los pueblos indígenas y la búsqueda de la justicia por las violaciones a los derechos humanos.
Nos vienen con el cuento de la búsqueda de la paz a través de la lucha contra la delincuencia, pero no logran ver un poco más allá para combatir las causas de la situación de inseguridad en que vivimos. Adornan muy bien sus discursos que llaman al conformismo y a la aceptación de una realidad social injusta que para muchos es «normal» y nos repiten una y mil veces que quienes tienen más, de manera general, «son hombres y mujeres de éxito gracias a su esfuerzo individual»
Tratan de ocultar y negarnos nuestra historia, que irremediablemente, incluye el contenido de los Acuerdos de Paz, porque -con pequeñas variables- la realidad de nuestro país es muy similar a la del año 1960 cuando se inició el conflicto armado interno, y mucho más a la de 1996, cuando se firmó la paz.
¿Acaso no es fundamental el reconocimiento de la identidad de los pueblos indígenas para la construcción de la unidad basada en el respeto y ejercicio de los derechos políticos? ¿No es hasta nuestros días la mujer indígena la persona con mayor vulnerabilidad e indefensión frente a la doble discriminación como mujer y como indígena, con el agravante de una situación social de particular pobreza y exclusión? ¿Desde cuándo no es importante que el sistema educativo responda a la diversidad cultural y lingí¼ística del país e incluya las concepciones educativas indígenas?
Y abordando el delicado tema de la tenencia de la tierra, ¿ya no es necesario promover el acceso de las y los campesinos a la propiedad de la tierra y uso sostenible de los recursos del territorio para alcanzar un verdadero desarrollo rural integral? Que no nos vengan con el cuento de construir la paz a través del conformismo y la resignación porque ésa es receta superada, la de los Acuerdos de Paz todavía espera para ser implementada.