Una de las características esenciales de nuestro sistema político y particularmente del ejercicio del poder es que quien asume la Presidencia de la República cae en una especie de reino encantado en el que, como primera providencia, resulta que se siente una especie de infalibilidad, mayor a la que se atribuye al Papa, y se empieza a ver las cosas desde una perspectiva diferente. En la llanura el político compartía visión, enfoque y conclusiones con la mayoría de la opinión pública y creía de sentido común entender muchas cosas. Una vez en el poder, el político empieza a creer que todos los demás están equivocados y que no tienen ni la suficiente información ni el conocimiento global para entender la verdadera dimensión de los problemas.
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El fenómeno no lo ha inventado el presidente ílvaro Colom ni su más cercana rosca de asesores. Es algo que ocurre con todos los que han pasado por el poder, porque les resulta inaudito que alguien que no «posee toda la información que ellos tienen» pueda cuestionar sus decisiones que, además, son calificadas como sabias, prudentes y atinadas por todos los que día a día rodean al gobernante y que, como él, poseen esa extraordinaria información que nutre el proceso de toma de decisiones.
En infinidad de ocasiones, hablando con gobernantes, me ha tocado escuchar la misma expresión: «no es lo mismo ver las cosas desde afuera que estar en esta posición», con lo cual se pretende descalificar toda opinión que ellos consideran como no ilustrada o, por lo menos, carente de todos los datos necesarios que, por supuesto, el Presidente siempre cree tener a la mano y con la mayor exactitud. Estoy seguro que si un gobernante se pusiera por un momento no en los zapatos de su pueblo, sino simplemente en los mismos zapatos que calzó durante tanto tiempo en que estuvo en la llanura dudando, cuestionando y viendo las cosas con una dimensión propia del sentido común, no haría tantas tonterías como las que terminan haciendo y que son producto de esa arrogancia que resulta del cotidiano endiosamiento que les termina distanciando tanto del común de los mortales.
El problema es que se vuelve un sello indeleble porque quien pasó por el poder nunca vuelve a ver las cosas desde la perspectiva del ciudadano común y corriente. Si hoy el presidente Colom pide consejo y asesoría a sus predecesores, todos estarán de acuerdo con él en que no hay peor peste que los periodistas que creen saberlo todo, que opinan sobre cualquier cosa y que «no entienden los asuntos de Estado». Nadie se recuerda de sus días de candidato o de ciudadano común y corriente, cuando cada acción de gobierno provocaba reacciones íntimas de malestar y rechazo.
Creo que el presidente Colom ya cayó en esa telaraña de la que no se puede salir. Es parte del juego de las roscas del poder porque en la medida en que endiosan al gobernante se aseguran que nadie podrá apartarlos del primer círculo y menos aquellos que se atreven a decirle al mandatario que no es perfecto, que como ser humano comete errores y que debiera aceptarlos. Y en este caso hay un ingrediente adicional, porque cuando un gobierno funciona con dos cabezas, los expertos aprovechan la dicotomía para llevar agua a su propio molino. Y si eso ha sucedido entre Presidente y Vicepresidente, mucho más cuando la otra cabeza es tan cercana como la misma esposa del mandatario, lo que hace que aquellos viejos presidentazos sean moco de pava a la hora de la hora.