Cuando sientan al Niño Jesús


Ren-Arturo-Villegas-Lara

Chiquimulilla, al igual que Guazacapán y Taxisco, son pueblos viejos; datan desde antes de la Conquista española y tienen origen xinca, aunque después se poblaron de españoles, italianos, franceses y uno que otro alemán, sobre todo en Guazacapán. En el caso del urbanismo de Chiquimulilla, tiene el mismo trazo damero que se utilizó durante la Colonia: Las avenidas de norte a sur y las calles de oriente a poniente. Además, no debía faltar uno o dos ríos a las orillas de cada pueblo, que yo conocí todavía como limpios y cristalinos para beber y aprender a nadar.

René Arturo Villegas Lara


Pues bien, la villa de Chiquimulilla, se divide en cuatro barrios: San Sebastián, al norte; Belén al nororiente; Champote al sur oriente, y San Miguel al sur, por donde se divisa la orilla del mar pacífico y entonces  se  divisaban, en mañanas limpias y soleadas, los grandes barcos que iban para el puerto de San José. Yo nací en el Champote. En el Barrio Belén, el 6 de enero, cuando las resacas de la Navidad y el Año Nuevo ya eran historia, en la casa de la familia García, por la noche se celebraba “la Sentada del Niño” y se realizaba el Baile del Sombrerón. No sé si esta es costumbre y tradición de otros pueblos; lo cierto es que todo el  gentío se iba a ese lugar a festejar el 6 de enero, tomar ponche de leche con piquete y polvo de canela que servía la Nía Soledad y comer pastelitos fritos color de achiote que vendía la Nía Marcela. El Niño estaba acostado en un altar adornado de pashte, teteretas, hojas de pacaya y wiscoyol, tecomatíos de Esquipulas y flores de la temporada, todo cubierto por una manta que se sostenía con varas de bambú. Cuando estaban por llegar las doce horas, las rezadoras empezaban la novena y entre recitar el Avemaría, iban intercalando los alabados tradicionales: “Venid pastorcillos…” Y entonces la cosa se ponía más que alegre, porque al terminar la novena el Mayordomo Mayor se inclinaba ante el Niño, le dejaba ir el incienso, prendían todas las candelas y la marimba sencilla o “senzuca” como dice un  querido lector de nombre Mario Pérez,  reventaba el silencio de la media noche con un son. Entonces venía lo bueno: El mayordomo Mayor, que era el jefe de la Cofradía del Niño de Belén,  se calaba hasta las orejas un tremendo sombrerón, como el del espanto conocido por el Sombrerón o como los que usan los charros mexicanos, sólo que adornado de pashte, tecomatíos, teteretas y bricho plateado y dorado,  y empezaba a bailar el son dentro del grupo de mujeres y hombres mayores, entre indios xincas y ladinos parranderos. Cuando la senzuca le ponía fin al son, el Mayordomo le ponía el sombrerón al varón que estuviera a la mano y así se convertía en el Mayordomo del año que principiaba. Lo alegre era que todos los varones trataban de alejarse del que fungía en el cargo, para que no le calaran el sombrerón y adquirir semejante responsabilidad. Pero, siempre había oportunidad de trasladar el cargo con tal procedimiento. Una vez que  fui a esa celebración, recuerdo que el Sombrerón se lo “encasquetaron” a don Tonón Moreno, un hombre altísimo y fornido, a quien recuerdo con mucho cariño porque fue  un hombre bueno y bondadoso. Y resulta que el Mayordomo saliente era bajito y brincaba y brincaba y no le podía llegar a la cabeza de don Tonón. Y como que él si quería la cosa, porque mejor se inclinó, le pusieron el sombrerón y toda la gente aplaudió con entusiasmo al nuevo Mayordomo Mayor del año nuevo.  Esa festividad la conocemos como “El Baile del Sombrerón” y así se celebra el 6 de enero.