Ahora que muchos se rasgan las vestiduras porque tras la sentencia en primera instancia contra Ríos Montt dicen que los guatemaltecos quedaremos todos marcados como genocidas, vale la pena recordar que pueblos como el alemán son respetados en el mundo a pesar del Holocausto, precisamente porque individualizaron a los criminales que mataron a los judíos.
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Pero un hecho que sirve para ilustrar la diferencia entre el reconocimiento de los hechos, por duros que sean, y la actitud de encubrimiento institucional que a veces se toma para evitar el desprestigio, sea éste de una nación o de una institución, es lo que ha ocurrido con los casos de pedofilia achacados a religiosos de la Iglesia Católica en muchos lugares del mundo.
La pedofilia es un delito individual, cometido por personas que incurren en comportamientos criminales y muchas veces utilizan su poder e influencia sobre las víctimas para abusar de ellas y mantenerlas en muchos casos sometidas a las bajas pasiones y denigrantes tratos. No es un problema que se pueda considerar como propio de los miembros de un grupo social y menos de una orden religiosa, puesto que hay pedófilos en prácticamente todos lados y estadísticamente se puede demostrar que entre maestros, entre dirigentes de grupos juveniles como los Boy Scouts o de índole similar, entre entrenadores deportivos y en muchísimas profesiones parecidas, hay también varios casos de pedófilos.
Cuando se dieron las primeras denuncias sobre curas o religiosos implicados en casos de abuso, la Iglesia Católica tomó una actitud de rechazo a los señalamientos y de protección a los sindicados, supuestamente para evitar daños por el escándalo y contener de esa forma el desprestigio que podría sufrir la Iglesia como institución. En el momento en que la jerarquía eclesiástica decidió apañar y encubrir a los pedófilos, negando los hechos y trasladándolos a otras parroquias para borrar huellas, aun a costa de que se pudiera repetir el abuso contra otras víctimas, asumió una responsabilidad institucional y por ello es que se produjo una serie de señalamientos ya no sólo contra los individuos que incurrieron en pedofilia, sino contra la misma institución que se enconchó para negar los hechos y ocultar la realidad.
Lo mismo se puede decir de Penn State University, en Estados Unidos, puesto que si bien el abuso sexual fue cometido por uno de los entrenadores del equipo de futbol de la universidad, la mancha no cayó únicamente sobre Jerry Sandusky, sino que se pasó llevando a uno de los más afamados entrenadores, el célebre Joe Paterno y a la misma universidad porque, sabiendo lo que ocurría, callaron para no provocar un escándalo que afectara a la universidad.
Si el argumento para no hablar de genocidio ni hablar de las masacres ocurridas en Guatemala es la protección de la imagen del país y para que nadie nos vaya a creer genocidas, socialmente estaríamos actuando con la misma ceguera que mostró no sólo el Vaticano y su curia, sino infinidad de diócesis a lo ancho y largo del mundo, al punto de que ahora cuando se habla de pedofilia muchos piensan en los religiosos y curas en vez de entender que es un problema de individuos en distintas profesiones.
Y cuando se habla de Sandusky y sus abusos, se piensa en Paterno y en Penn State por la actitud de negación que mantuvieron.
Negar la realidad y pretender mantener ocultos los pecados, crímenes o defectos no resuelve el problema. La humanidad entera sabe que en Guatemala hubo crímenes muy duros durante el conflicto armado interno. Si los guatemaltecos pretendemos ocultarlos, compartimos la responsabilidad con los autores. Si los esclarecemos aceptando la verdad, podemos aspirar al respeto que hoy se tiene por los alemanes.