Causa profunda conmoción en distintos sectores de la sociedad ver las dramáticas imágenes de los niños que sufren desnutrición grave como consecuencia de la sequía que ha afectado a regiones del país y que limita la capacidad de producción de alimentos básicos. Es conmovedor ver que los guatemaltecos nos sentimos mal de ver los niveles de miseria tan extremos que nos colocan a la par de tantos países donde las hambrunas constituyen dolorosas noticias.
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Pero es importante entender que la sequía y la hambruna que provoca es apenas un fenómeno que está haciendo visible a esa Guatemala que nos hemos empeñado en invisibilizar durante toda la historia. La desnutrición forma parte de los males cotidianos del país y diariamente mueren niños por su causa y otros, los que logran sobrevivir, quedan marcados para toda su vida con el sello del crecimiento físico e intelectual limitado por la falta de alimentos suficientes para facilitar el pleno desarrollo del ser humano.
Eso no es algo que sólo ocurra cuando no llueve o de manera esporádica como cuando nos podemos movilizar con buen corazón para llevar alimento a los que más lo necesitan. Eso sucede todos los días, con niños que desde sus primeros días sufren la falta de leche y se pasan la vida, hasta llegar a viejos, comiendo poco y mal.
Hace algunos días platicaba yo con un grupo de jóvenes inquietos que se resisten a ver que Guatemala no avanza y que desean hacer su mejor esfuerzo por propiciar cambios importantes en un país que tiene enorme potencial, pero que parece marcado por alguna especie de maldición. Fue poco antes de que se magnificara el caso de la hambruna y yo les señalaba las dramáticas estadísticas de la desnutrición que condenan a más de la mitad de la población del país a ese déficit de crecimiento integral que les afectará para siempre. Les comentaba que si hoy mismo empezábamos a revertir el fenómeno e impulsábamos verdaderos planes de seguridad alimentaria, todavía tendríamos el lastre de una generación completa marcada por nuestro descuido y nuestra ignorancia sobre ese tema.
Porque hoy, cuando veo que es mucha la gente que se conmueve genuinamente ante el drama del hambre, pienso que tristemente para la mayoría de guatemaltecos no sólo con recursos sino con educación e influencia, el fenómeno pasa inadvertido siempre y nunca reparamos en lo que significa para más de la mitad de los niños de todas las generaciones el tener que vivir sin suficiente alimento. Algunos todavía tienen el tupé de decir que es racial ese lastre, sin darse cuenta del impacto que ha tenido el comportamiento de una sociedad indiferente ante el sufrimiento de sus semejantes.
Y no es de hoy, sino de siempre, que en Guatemala se toman decisiones con base en el criterio que genera la Guatemala visible sin tomar en cuenta a la otra, a esa que hemos invisibilizado durante tantos años que han dejado ya una huella imborrable y un lastre que nos tomará demasiado tiempo superar.
Hoy, al menos, la hambruna nos hace pensar en quienes más sufren. Pero mañana, cuando pase la llamarada de tusa, volveremos a enterrar otra vez lo que siempre hemos querido mantener invisible.