Cuando el odio envilece la razón y la conciencia


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Durante las campañas electorales suelen circular en el espacio cibernético mensajes anónimos que contienen graves acusaciones en contra de aspirantes presidenciales .o candidatos a otros cargos de elección popular. En lo que a mí­ respecta, a mis decenas de contactos, personas de diferentes tendencias ideológicas o que detestan a la clase polí­tica, les he pedido que no me enví­en esa clase de propaganda negra porque no es legí­timo que se formulen señalamientos agresivos de í­ndole delictuosa sin ningún fundamento, independientemente del polí­tico al que se le endilguen actuaciones indecorosas y aunque los correos tengan el nombre del autor.

Eduardo Villatoro

 


A cualquier guatemalteco le asiste el derecho de inclinarse por determinado partido o candidato especí­fico, así­ como de criticar con severidad a organizaciones polí­ticas y aspirantes a ocupar posiciones en el Estado; pero no se debe caer en el agravio, mucho menos utilizando conceptos que denotan discriminación racial o de otra í­ndole.
      
       Usted o yo podremos adversar la inscripción presidencial de la señora Sandra Torres, por ejemplo, porque consideramos que, según muchos especialistas en la materia o simples articulistas, la Constitución Polí­tica se lo impide; o sencillamente porque nos cae mal, como se dice comúnmente, sin que nuestra antipatí­a nos autorice a utilizar calificativos denigrantes.
      
       Traigo a cuento lo anterior a propósito de un libelo publicado el jueves anterior en la sección Cartas del Lector, aquí­ en La Hora, por la señora Rosana Montoya –asidua colaboradora de este diario–, quien se caracteriza por un anticomunismo a ultranza, postura que respeto aun con sus convicciones ultra conservadoras, y en virtud de que, como se sabe, este vespertino es “Tribuna, no mostrador” , y justamente por ello es un foro abierto a todas las corrientes del pensamiento en el que los columnistas expresamos nuestros criterios, a veces contrapuestos, pero sin insultarnos mutuamente o a terceras personas.
      
       La señora Montoya, en su obsesionado odio a la presidenciable de la UNE ignora esta perspectiva pluralista y no guarda decoro para emprenderla contra la señora Torres, al extremo de llegar al improperio al afirmar que la fisonomí­a de la ex primera dama le recuerda “su evidente descendencia lacandona”.
      
       En su visceral animadversión hacia doña Sandra, dice de ella: “Las medidas de su frente, la forma de su cráneo, la dimensión desproporcionada de quijada y mandí­bula que dan cabida a una dentadura recia donde realzan los colmillos perfectamente proporcionados para desgarrar carne viva, donde se coadyuva (sic) la salivación que escurre por las fauces, para descomponer los trozos de su presa”.
      
       ¡Qué pena que por una hostilidad polí­tica exacerbada se escarnezca de esa manera a una mujer! Sobre todo de parte de una señora que, por la forma tan peyorativa y lombrosiana como dibuja a doña Sandra, ha de conservar la belleza que, presumo, la distinguió en los años de su juventud. ¡Qué lastima me da!
      
       (El poeta Romualdo Tishudo cita este proverbio noruego: –La vida es demasiado corta para desperdiciarla odiando a alguien–).