El rostro citadino es otro. Muestra cambio en su fisonomía. Difiere sí al de tiempos idos, mejor y favorable entonces, ya historia viviente. Luminosidad artificial con limitaciones. Persiste cierto movimiento peatonal de noctámbulos y vehicular disminuido por circunstancias de fuerza mayor. El ruido contaminante tiene bajón notorio.
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Referente a esto último, el marco predominante también es distinto. Dominan en ese período dos inquietantes sonidos de sobra identificados. Comparten espacios el estridente ulular de sirenas. Por lo general simultáneas, que generan las ambulancias bomberiles y radiopatrullas de la Policía Nacional Civil, en atención a sucesos de nota roja.
Las sombras de la noche al caer sobre el entorno, conforman mayor grado de peligrosidad. A causa invariable de las fuerzas del mal. Sobreviene más inseguridad, que apareja delincuencia y violencia. Estigmas responsables de propiciar un alto grado de incertidumbre y alta tensión en los habitantes, de suyo afectados por tanta acción en su contra.
Enorme estado de zozobra priva en el ánimo del colectivo nacional. Tal fenómeno aunque natural por la descomposición social, hace cundir penurias al retorno al hogar. Lo sienten laborantes con tropiezos por el caos vehicular del transporte urbano: Magnificado en extremo por quienes esperan con ansias el regreso de un ser querido al hogar.
Al instante de ocurrir esa etapa por demás rutinaria, la reacción individual es ambivalente. De esperanza acaso mínima, sin embargo, para propietarios de negocios la desean con intensidad. Pero de rodilla redoblan medidas de seguridad y prevención a granel, respecto a una mayoría de residentes en el ámbito urbano, en ascuas de verdad.
De vez en cuando, ajenos a sobrepasar altas horas de la noche se acentúa música de alto volumen. En celebraciones diversas, de tipo familiar, comunitario o religioso. Ajenos a compararse al entusiasmo colectivo, marco de tradicionales celebraciones concernientes a Pascuas de Navidad y Año Nuevo, al encontrar sin duda una catarsis urgente.
Cuando cae la noche viene a ser un motivo de evaluar de alguna manera lo realizado en horas del día. Lo accionan a título personal muchos connancionales, ávidos de mejoría. Enderezar el rumbo; nuevos y mejores planes; hacer renovados esfuerzos. Sobre todo, ante la crisis financiera adueñada de la situación, cada vez dañina y expandida.
Mediante el ritmo veloz con que las horas nocturnales aparecen, hay una sensación de incertidumbre. La llegada de la precipitación pluvial obliga a tomar más y más precauciones. Sale a relucir cómo el descuido del mantenimiento habitacional, provoca en el acto considerables molestias y riesgo, máxime si los materiales son deleznables.
Dichas sombras sobre el ambiente podrán, de proponérselo las personas, sea realidad los deseables momentos de integración familiar. Algo que es en la actualidad tan difícil, pero no imposible. El hecho que los padres salen del hogar en procura de ingresos económicos, da origen a distanciamientos que deben y merecen superarse con empeño.
Por qué no decir. Los telones oscuros cuando cae la noche, toman a muchos guatemaltecos sin techo, trabajo, comida y vestuario, entre otros, en condición gigantesca de vulnerabilidad. La pobreza extrema en avance evidente, hace el escenario urgido siquiera de paliativos, en forma y favor de quienes carecen de lo indispensable.
Es deseable que algún día no remoto los tormentos que agobian al país, sean superados. El bien común necesita basamentos sólidos para su desarrollo inmediato. De manera que en conjunto, Estado a la cabeza, autoridades y población son los llamados a conseguir esta meta. Para ello amerita tesón, voluntad a toda prueba.