Hace varios años, el sociólogo guatemalteco, Vinicio González, escribió un ensayo a propósito de la fecha en que se conmemora la llamada independencia. Señaló que el hecho histórico de la independencia de Centroamérica corría el riesgo de convertirse en una pura abstracción.
Decía que aunque cada año recorrido supera al anterior en los festejos de tan importante fecha, parecería que durante esta conmemoración las distintas categorías sociales (gobierno, ciudadanos dominantes o dominados, de derecha o izquierda, jóvenes, adultos, etc.) se limitan bien a exaltar los episodios tradicionales y a exhibir rítmicamente el simbolismo de una patria abstracta, bien a rechazar con indiferencia los relatos heroicos de un pasado estático cuya rutina marcial o cívica adormece las conciencias y las raíces mismas de su historicidad.
El hecho «independentista» contiene en sí, una diversidad de aspectos básicos para la comprensión del presente y del futuro de nuestra sociedad. De su adecuada interpretación depende que sea un aporte para evitar que su recuerdo se consuma en la justificación de un patriotismo estéril y rutinario.
España afrontaba una diversidad de problemas muy complejos como corolario de la invasión napoleónica y las guerras de independencia en varias de sus posesiones en el territorio continental americano. Estos factores contribuyeron a que la metrópoli española perdiera interés por las tierras de lo que hoy es Centroamérica.
La independencia fue realizada por los criollos para no tener que compartir con el Rey de España el fruto de la explotación de los indígenas y de estas tierras ubérrimas. Sin embargo, el pueblo permaneció en circunstancias lamentables de opresión y de ignorancia. Desde el principio de la colonización, la Corona sólo confió en los nacidos en la metrópoli europea. Los criollos, hijos de españoles nacidos en América sin ningún mestizaje o españoles americanos como les llama el historiador guatemalteco Severo Martínez, siempre se sintieron despreciados porque no tuvieron acceso al verdadero poder colonial. Por eso, junto con algunos peninsulares, deciden la independencia el 15 de Septiembre de 1821, pero ello sólo fue un acto formal. El pueblo no logró alcanzar la verdadera independencia. Aunque se rompen las cadenas con España, prosiguió el sistema de explotación de los indígenas.
En resumen, «la independencia» no constituyó una ruptura con el pasado, sino fue una maniobra de los criollos ya que no alteró la estructura económica y social del período de dominación de los hispanos. Para los indígenas, la independencia fue y ha sido una comedia, pues ellos siguieron siendo víctimas de la opresión y la discriminación.