¿Cuál es el afán de menospreciar las crí­ticas?


Después de estar recibiendo la andanada de alevosos ataques del presidente Colom y sus colaboradores, cae todaví­a peor su absurdo afán de menospreciar las crí­ticas de la Prensa pese a estar plenamente justificadas. ¿Es que a estas alturas no se han percatado que éstas no dependen sólo de un criterio polí­tico partidista sino de hacer eco a un clamor popular que va mucho más allá de intereses particulares? Y no lo digo al amparo de la filosofí­a que sustentan las leyes que protegen la libre emisión del pensamiento, sino porque resulta totalmente contradictorio impedir, tergiversar o manipular las opiniones vertidas en medios de comunicación, cuando todos sabemos que si el polí­tico tiene intereses creados en todo aquello que le afecte para bien o para mal, directa o indirectamente, la Prensa en general no sigue precisamente esos mismos lineamientos. Por ejemplo, cualquier argumento que se esgrima para determinar que los comentarios hechos sobre la incontenible delincuencia causan beneficio a los delincuentes, es tan insubstancial y malo, como cuando nace un niño deforme y nos ponemos a echarle la culpa a la partera.

Francisco Cáceres Barrios

Entiendo perfectamente que a empleados del gobierno les disguste que critiquen a su jefe o a sus parientes o que se digan mentiras o falsedades sobre sus actos o comportamientos; que se hagan señalamientos de corrupción, deshonestidad o amoralidad de los funcionarios del mismo, cuando se ha demostrando lo contrario, pero que para recabar una noticia, redactarla, publicarla o comentarla, el periodista deba tener en mente si le va a gustar lo que se diga del Presidente, familiares y colaboradores, serí­a igual a pretender imponer una sobreentendida censura al estilo de Manuel Estrada Cabrera o Jorge Ubico y de ello, está bien enterarse en los libros de historia, pero nunca, jamás, revivir tan oprobioso pasado. Si el guatemalteco aceptara lo anterior, entonces ¿con qué criterio debiéramos haber enfocado las reiteradas denuncias de que la entrega de fertilizantes estaban plagadas de anomalí­as, cuando al poco tiempo los ejecutivos y asesores del programa estaban confirmando las sospechas que reiteradamente comentara la Prensa?; ¿qué decir de la pérdida de credibilidad en los programas de Cohesión Social, porque sus operaciones han estado mal administradas, asunto que poco tiempo después la misma Contralorí­a General de Cuentas lo confirma? Y ¿cómo debiéramos interpretar el hecho que hoy aseguren altos funcionarios de Estado que el nuevo Transurbano es seguro y confiable para los usuarios y al poco tiempo se comprueba que esa promesa fue una muestra más de que su propaganda está montada sobre arena que al poco tiempo se la llevó la corriente?, ¿será correcto entonces seguir sosteniendo el criterio de que todo aquel que toma un micrófono o la pluma para criticar al gobierno por su ineficacia, como manifiesta incapacidad está destruyéndolo o «propiciando el desasosiego y la desestabilización»?