Las dos últimas decisiones del papa Benedicto XVI contradicen en forma abierta planteamientos y resoluciones que fueron ampliamente discutidas en el marco del Concilio Vaticano II, realizado bajo los Pontificados de Juan XXIII y de Paulo VI, y en el que se adoptó una postura ecuménica en la relación con otras iglesias y se promovió un acercamiento con los fieles mediante la introducción de la misa en idiomas vernáculos oficiada de cara al público.
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Se dice que en el Vaticano hoy en día es más fuerte que durante el papado de Juan Pablo II la presencia e influencia de los grupos más conservadores de la Iglesia Católica y que por ello es que se están dando esas revisiones que son una especie de retorno a posiciones pasadas que aparentemente habían sido superadas. Pero pienso que en todo esto hay un elemento que resulta con un daño irreparable y es el dogma de la infalibilidad del Papa, porque por lo visto en cuestiones de fe los católicos estamos sujetos a la voluntad y hasta al capricho del Pontífice de turno que puede revisar sin ningún rubor decisiones que fueron avaladas, supuestamente en el marco de esa misma infalibilidad, por sus predecesores.
Siempre he pensado que los Pontífices pueden y deben actualizar la doctrina y la liturgia para hacerlas más accesibles a los fieles. De aquellos tiempos en los que toda palabra pontificia se pronunciaba en latín y las enseñanzas de la Iglesia eran tan poco accesibles para el gran público queda muy poco, pero aparentemente estamos regresando. Hoy mismo leía yo una declaración del obispo Rodolfo Valenzuela, Presidente de la Comisión de Ecumenismo y Teología de la Conferencia Episcopal, quien decía que el problema es que la gente no entiende los términos teológicos y que los medios de comunicación son los culpables de la polémica. Con perdón del Obispo, la verdad es que las palabras del Papa no tienen lugar para interpretación en cuanto al ecumenismo pero, por supuesto, es más fácil y cómodo pretender que los legos son los que lo embrollan todo y lo complican, sin tener que admitir que las posturas vaticanas son realmente difíciles de explicar y asimilar.
Obviamente el Papa Benedicto XVI está planteando una vuelta al pasado y eso me hace dudar de cuán infalible fue la decisión del Concilio Vaticano II, refrendada por Juan XXIII y Paulo VI, con relación a la misa en latín y con relación al ecumenismo. Cierto es que hemos visto reculones como el que hubo de dar Juan Pablo II cuando pidió perdón por la postura de la Iglesia respecto a Galileo, quien se cuidó mucho de no mencionar que la misma era producto de decisiones «infalibles» de los papas. Pero qué pasaría ahora si de pronto llega al trono de San Pedro un Pontífice que nos dice que Juan Pablo II se equivocó y que la condena para Galileo sigue vigente y que los católicos debemos olvidarnos de todas esas babosadas del científico respecto al Universo.
Por eso me pregunto cuál de todas las decisiones contradictorias de los papas es la infalible. Y creo que Benedicto XVI alimenta la polémica sobre el dogma porque su revisionismo compromete, aunque monseñor Valenzuela diga lo contrario, lo que los fieles vimos como adelantos decretados en el marco de esa infalibilidad al terminar el Concilio Vaticano II.
Si los mensajes del Papa hubieran sido difundidos, como antes, en latín, posiblemente sólo monseñor Valenzuela, los otros obispos y algunos curas hubieran podido asimilarlos y acaso eso es lo que se pretenda, que nosotros, los fieles, volvamos al golpe de pecho y la genuflexión como expresión máxima de la fe.