Como los tecnócratas viven al acecho de nuevos términos, en Dirección a elevar sus bonos, la expresión de canasta básica se la sacaron de la manga. Y desde entonces va de un lado a otro. Principalmente de las altas autoridades gubernamentales de turno. A la postre viene a ser un mero caballito de batalla.
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La dicen a voz en cuello, amas de casa en salmuera, vendedores de mercados y de las democráticas tiendas de barrio, porque constituyen los más involucrados en el caso. Hasta los jefes de hogar, siempre ojo al Cristo; la población en general y los negocios subidos el carro del modernismo y la tecnología.
Sin faltar los conformantes de la gente menuda, hoy en día más despabilados por obra del ambiente saturado de publicidad y mercadeo. Los medios de comunicación social que cubren a diario el pulso plagado de sucesos siempre fuera de serie. De modo y manera que hoy todo el mundo está sabido de la canasta básica.
En la actualidad cuyos matices exhiben momentos de verdadera crisis económica, en los inicios del 2,009, ello suena a título de ironía. De consiguiente adquiere forma y valor la pregunta de ¿cuál canasta básica? La inflación galopante y exterminadora impide ya el acceso a la misma. Atinente a la totalidad de la misma, en virtud que sólo se puede en menor cantidad.
Los precios andan por la nubes hace ratos, excepto para los afortunados que viven en abundancia. A esas mesas llegan todos los artículos habidos y por haber. Es el contraste permanente que forma barreras y marcan la diferencia acentuada de ricos y pobres en el país guatemalteco.
Resulta algo difícil de aliviar por cuanto las medidas implementadas por el gobierno central no van por el camino correcto. Pese a la permanente publicidad que abarrotan los medios radiales, escritos y televisivos, con una intensidad digna de mejor suerte. En pocas palabras cada quien hace lo que le da lo gana.
Existe abastecimiento formal a ojos vista, sin embargo, persisten las alzas de precios día a día. Los presupuestos familiares de una inmensa mayoría de connacionales están demasiado reducidos a consecuencia de los insuficientes sueldos y salarios, amén del desempleo y subempleo prevalecientes.
Reitero que constituye una auténtica ironía el hecho continuo de hablar sobre la canasta básica. Y cobra realidad también el sonsonete de ¿Cuál canasta básica? Con lo poco que adquieren incontables amas de casa, no es factible insistir en la misma. Ni siquiera con el cuestionado salario mínimo se logra.
Al igual que tantas cabezas pienso que la implementación del salario mínimo, lejos de contrarrestar los índices altos de precios en general, sucede al revés. Los empresarios recargarán en los costos este salario, piedra de la discordia, de constituyente, resulta elemental, el pagano es el consumidor.
Por más que la presidenta del Banco de Guatemala y de la Junta Monetaria afirme que sí es posible, en la práctica, nada en dos platos. Las cosas siguen lo mismo o peor, porque la ingrata inflación es un potro indomable, digan lo que digan, estamos mal, puesto que enderezar entuertos abundantes, es difícil.
En las festividades de Pascua Navideña y Año Nuevo, a semejanzas de la Semana Santa, dos ciclos de resonancia en nuestro medio, muestra su rostro patético la inflación. Suben en porcentuales exagerados, amparados que nada ni nadie lo impide. Razón de sobra para que insistamos en la pregunta: ¿Cuál canasta básica?