Crónica de un asesinato anunciado


Conocí­ a «Frank», Ví­ctor Rivera, asesinado el lunes a la medianoche en el bulevar Vista Hermosa, cuando a cuatro familiares nos prestó su valiosa ayuda en un caso de secuestro y durante las pocas horas que conversamos personalmente me di cuenta que sabí­a lo que hací­a. Indudablemente era un elemento valioso en las filas del desquiciado Ministerio de Gobernación y supo imprimir una caracterí­stica personal en su trabajo, en donde, obviamente, se ganó muchí­simos enemigos de los más peligrosos.

Héctor Luna Troccoli

Durante 13 años, casi, acumuló más experiencia y también más personas que deseaban su eliminación fí­sica porque como cosa rara en nuestro medio, por lo menos obtuvo resultados, si no en todos los casos, ni tampoco en todos satisfactoriamente, fue quizás el único que acompañó a muchas familias en el duro trance de un secuestro, que quienes lo han vivido saben el sufrimiento y la congoja que depara, no sólo para el secuestrado, sino para sus parientes más próximos, que lloran con un dolor inimaginable, porque no saben si después de dí­as de «negociación», con los criminales, lo volverán a ver vivo.

Rivera fue llamado primero por la cúpula del sector privado para que los ayudara en estas situaciones en donde, por su poderí­o económico, eran las ví­ctimas mas propicias, posteriormente se incorporó al Ministerio de Gobernación en donde estuvo en los gobiernos de Arzú, Portillo y Berger, hasta que ocho dí­as antes de que lo mataran fue despedido por el actual Presidente, debido a que el prestigio y el carisma ganado en diversos sectores, incluyendo el policí­aco, despertaba la envidia de funcionarios gubernamentales que lo miraban a él y su grupo, como «muy independiente, como una clase aparte, sin directrices, ni disciplina para recibir órdenes,» lo cual no lo creo, ya que de hecho tení­a una carrera como policí­a disciplinado.

En fin, su muerte deja una gran cantidad de dudas: la primera: sabiendo perfectamente que tení­a enemigos poderosos que intentarí­an asesinarlo ¿porqué no llevaba seguridad alguna? ¿Por qué las autoridades no dijeron con meridiana claridad el motivo de su despido? ¿Cómo pudieron planificar tan rápidamente un crimen de esta naturaleza, que implica al menos unos dí­as de seguimiento, otros de ubicación del mejor lugar para cometerlo y lo más importante, la hora más adecuada? ¿Cómo no se dio cuenta Ví­ctor Rivera de que era seguido y «monitoreado? si bien es cierto, cuando yo lo conocí­ en un lugar bastante solitario y de noche, sólo lo acompañaba, de manera visible, un piloto ¿Cómo no se imaginó que ahora, sin poder y abandonado a su suerte quedaba desprotegido y vulnerable y no requirió ayuda? y lo peor, ¿Porqué el Ministro de Gobernación y el propio Presidente, al despedirlo, no lo obligaron a contar con una protección adecuada? ¿Su muerte fue producto de una venganza por casos resueltos o para callarlo debido a la información de alto impacto que tení­a? Son múltiples preguntas que deben hacerse y el obligado a responderlas es el gobierno, con sus cien dí­as que acaba de cumplir, debido a que el mensaje enviado por los asesinos de Rivera es para decir con claridad: todos seguirán de rodillas ante nosotros, el verdadero poder, detrás de un poder timorato que se comprometió a disminuir la inseguridad y a beneficiar a los pobres. La muerte de Rivera ¿no es un sí­ntoma inequí­voco de inseguridad? y la enorme y desmedida alza de todo producto de consumo popular ¿no es un atentado contra los pobres? El gobierno puede echarle la culpa al que le venga en gana, pero lo que es cierto, es que si estos son los primeros cien dias, que Dios nos ampare con los otros que aún le resta a nuestro viajero Presidente, que, aunque no lo crea, en el ámbito local, en esta nación en que nació y en este pueblo que lo eligió, hay muchos problemas que deben ser resueltos con sabidurí­a y decisión, no en cien dí­as, sino ahora.