En el mundo adolecemos de elogios; la crítica “constructiva†se realiza de manera consuetudinaria. Parece que las personas en la actualidad tenemos un don exacerbado en nuestra capacidad, ser críticos; y nos olvidamos de dar caricias a quienes nos rodean. Nos volvemos implacables al buscar errores, fallas y defectos. En estas circunstancias, ¿cómo podemos desear y creer que las personas en una sociedad puedan gozar de una autoestima apropiada?
Con mucha frialdad y como dueños de una sabiduría absoluta, se le pide a la gente que cambie. Que cambie por su bien, que no está bien su proceder, la ropa que usa, lo que dice y cómo lo dice, la forma que piensa, la manera que siente, sus modales, sus expresiones y gestos, su trabajo, su comportamiento dentro de sus relaciones familiares y sociales. Al final de cuentas, en este afán crítico “constructivo†le estamos diciendo a alguien que es un completo error.
Cuanta más severidad se expresa en los comentarios, más letales resultan para quien los recibe. Cuando se es adulto, es posible que se nos hagan resbaladizos, pero lo grave es cuando se es niño y se aprende a tener un concepto de sí mismo, como una gran equivocación.
Claro está que no hay ser humano perfecto, pero todas las personas, si bien es cierto que necesitamos conocer nuestros errores para enmendarlos, corregirlos para crecer y madurar, desearíamos que estos nos fuesen dichos de manera clemente, con tacto y con benevolencia. Así sentir de verdad que lo que nos dicen es porque les importamos, que estas personas se encuentran ayudándonos a construir una mejor vida.
Es necesario realizar reconocimientos a los niños, pero a los adultos también. Esto contribuye a que las personas elaboren un mejor concepto de sí mismas, se acepten, se desenvuelvan en un ambiente más confiado. A que mejoren las relaciones interpersonales, familiares, laborales y sociales en general. Ver las cosas bonitas, las mejores cualidades en otras personas y decírselas es proporcionar caricias y afecto. Ante todo cuando lo realizamos de corazón y no simplemente por compromiso o necesidad de quedar bien.
Las lisonjas producto de una conducta lambiscona son fáciles de observar, pero estas no conducen al fortalecimiento de las relaciones interpersonales y no son una manifestación de afecto y aprecio. Estas conducen al desprecio de quien las ejerce y a la falta de congruencia en la búsqueda de relaciones humanas honestas.
En fin, es importante realizar halagos, para que la gente tenga una retroalimentación positiva de su ser. Que en el mundo existan más espejitos que ayuden a que las personas se reflejen, tal cual son. Para que puedan observar sus cualidades y no solo sus defectos; para que se sientan apreciados en el mundo que les circunscribe. Contribuyendo de esta manera a que ellas puedan obtener una mejor imagen de quienes son. Ante todo si desde la niñez únicamente han obtenido crítica y reprobación, por lo que se ha distorsionado su autoconcepto de quiénes en realidad son. Con ello se está contribuyendo a que las personas sean más felices y que sus relaciones humanas sean más armónicas.