Cristo está enterrado en Aguilares, El Salvador


Armando Ortiz caracterizando a Jesús.

José Antonio Garcí­a Urrea

Por allá, a principios de la década de los cuarenta, la Compañí­a Artí­stica Nacional, cuyos directores eran la primera actriz y comediógrafa Marí­a Luis Aragón y el primer actor Armando Ortiz, presentaban, para la Cuaresma, en el Teatro Abril, la teatralización «Vida, pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo», del que esto escribe, en tres actos y quince cuadros. Fue la primera versión que incluyó el cuadro de la «Tentación», que atraí­a público movido por la curiosidad de ver al Diablo, personaje que lo hací­a yo.


Las señoras devotas llegaban a ver la representación con rosario en mano, y cuando se representaba el cuadro de la «Tentación», al verme aparecer se santiguaban y me hací­an la señal de la cruz, montando el dedo pulgar sobre el í­ndice. Se hací­a en una montaña, en alto; en un extremo estaba Jesús orando, y en el otro, atrás, subí­a yo, de tal forma que daba apariencia de hacerlo en el aire, lo mismo cuando me moví­a. Visto de abajo, el efecto era total. Ortiz era respetuoso y casi nos obligaba a todos los del elenco a que hiciéramos un retiro antes de iniciar la temporada.

Inicialmente, la «Pasión» se hací­a a base de cuadros plásticos con música sacra de fondo. Después, se hizo con un libreto; no recuerdo el nombre del autor, a mí­ no me gustaba, porque como ejemplo, en el cuadro del «Ecce homo», cuando Jesús le responde a Pilatos, el soldado decí­a: «tan mala respuesta dada,/ con tan torpe atrevimiento,/ merece para escarmiento/ una buena bofetada.» Este mismo actor nunca pudo decir «es reo» y por más que lo repetí­a entre cajas, ya en escena decí­a: «es reyo», por lo que le quedó el apodo.

Esta obra, no obstante su seriedad y de haber sido montada con toda propiedad y respeto, siempre tuvo algún incidente que moví­a a risa, como en una oportunidad para el cuadro de la crucifixión en que no aparecí­a el actor que tení­a a su cargo personificar a Dimas, y como tocaba levantar el telón, Ortiz le dijo al electricista que se arreglara él y subiera en la cruz… Así­ lo hizo, pero por la premura, se dejó los anteojos que eran, como les dicen, de asientos de botella y, además, se dejó puesto el reloj de pulsera. Esto provocó risa en el público y enojo en Ortiz.

En otra ocasión, estábamos trabajando en San Juan Sacatepéquez, de noche, pero la corriente eléctrica se suspendí­a a cada rato, por lo que hubo necesidad de utilizar candelas. Siempre, en el cuadro de la crucifixión, un soldado sosteniendo una candela junto con su lanza, se acercó mucho a la cruz en donde estaba Gestas, a tal grado que le estaba quemando el pie. Ante esto, el mal ladrón estiró su extremidad y botó la candela. Como digo, ésta como otras situaciones me indujeron a hacer un cambio en el libreto.

En 1977, cuando llevamos la obra a escena en el Teatro La Concepción de la 7a. avenida y 5a. calle de la zona 1, que entre paréntesis tiene un telar profesional, le cambié el Gólgota en vivo por una proyección en sombra sobre un ciclorama de las tres cruces, y las siete palabras grabadas, lo que causó mayor impresión en el público. Estrategia similar hice con Judas, que también ocurrí­a algún incidente a la hora del ahorcamiento, como una vez que se le aflojó el arnés, y de verdad se estaba ahorcando; fue sustituido el árbol por sombras encostaladas, que le halaban la cuerda de ambos lados.

Esta vez, la Cervecerí­a nos contrató una función un Jueves Santo, para hacerla en la Concha Acústica del Parque Centenario. Desde entonces, no se ha vuelto a representar por lo caro del montaje. La representación del 77 fue con la Compañí­a Artistas Unidos, y el Cristo lo tuvo a su cargo el actor Juan Luis Donis.

Se daba, en la época del Teatro Abril, una situación especial y era que al concluir la temporada, Ricardo Cofiño, del circuito guatemalteco Lux-Palace, nos hablaba para que hiciéramos una extensión en el Palace, y siempre se llenaba el teatro. ¡Qué tiempos aquellos!

Pero, entrando al titular de estas notas, Ortiz dispuso hacer una gira por Centroamérica con esta obra, y la inició en El Salvador. Allá formó una compañí­a y, según las primeras noticias, le iba muy bien. Se trasladó de San Salvador a un departamento llamado Aguilares, en donde también pegó la obra. En esos dí­as, habí­a una situación polí­ticamente conflictiva allá, al grado que estaban suspendidas las garantí­as constitucionales y habí­a toque de queda después de la medianoche. Al concluir una función nocturna, trabajaban matinée y noche, con uno de los actores se fueron al apartamento donde viví­an, pero Ortiz dijo -nos contó ese actor cuando vino a Guatemala- que tení­a hambre y que fueran a una tienda cercana que estaba abierta, y así­ lo hicieron, pero al regresar, pasada la medianoche, al asomar a una esquina, un guarda, carabina al hombre, les disparó; a Ortiz le atravesó la nuca; al compañero, lo hirió en un hombro? después resultó que el guardia era amigo de ellos.

Este testigo también nos relató que al sepelio llegó casi todo el pueblo, con mujeres llorosas, que lo vistieron de Jesús, lo maquillaron y le pusieron peluca y así­ lo enterraron. Por eso digo que Cristo está enterrado en Aguilares, El Salvador.