CRISTIAN Y SU MIEDO A LOS PAPELES


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Al compadre Cristian, el sacerdote, lo engulló la argamasa de más o menos diez mil papeles extraviados antes de cumplir los cincuenta años.

MARIO ESCRIBÁ

Había de todo, desde anotaciones diminutas con nombres y cifras indescifrables, telegramas y números de lotería, recetas de pavo al vino, cupones de rifas de licuadoras, recibos de pagos de teléfono, papeletas bautismales, talones de conciertos de ópera italiana, tiquetes de corridas de toros, contraseñas de avisos matrimoniales, boletas de ingreso migratorio, hasta facturas de pizza y, por supuesto, unas tres docenas de entradas al cine, porque de aficionado a películas de terror, el capellán Cristian González, era el primero. 

Precisamente a los cuarenta, aunque no se le notaba todavía, me confesó seriamente que ya sufría ataques de pánico por el exceso de oficios que corrían bajo su resguardo perdidizo en la vicaría, sobre todo los que emanaban con tachones, testados y entrerrenglonaduras hacia la Nunciatura. 
Diez años después, cuando pasó apresurado por la casa dejando algunos presentes para sus ahijados, me confió su licencia de camionero, su autorización para portar armas de grueso calibre y su credencial de salvar almas pecadoras; su certificación de nacimiento de medio siglo y su documento personal de identificación del nuevo milenio.

Me quedo nada más que con el pasaporte, me dijo, con una sonrisa pícara, el resto lo pongo en sus manos porque ya perdí la cuenta de tanto papel descarriado y no quiero correr el riesgo de perderme a mí mismo, sobre todo ahora que voy al Vaticano.