¿Crisis de valores?


Visión estética del arlequí­n, el personaje servil pero traicionero de la Comedia del Arte italiana.

Harold Soberanis

Es cosa común escuchar a mucha gente decir, a partir de la realidad cotidiana, que estamos viviendo una crisis de valores, que la humanidad se ha alejado de ciertos principios fundamentales que subyacen en las bases de la cultura occidental cuya cuna, es bien sabido, es la cultura clásica griega y el cristianismo.


Cuando escucho decir esto, me pregunto; ¿serán los valores los que están en crisis? ¿Es posible que los valores, entidades de suyo abstractas, puedan sufrir crisis? ¿O será nuestra percepción de tales valores la que esté en conflicto?

¿Qué se quiere decir cuando se formula esta frase? Creo que lo que se quiere señalar es que la situación degradante que vivimos tiene su causa en una supuesta pérdida de valores. Ahora bien, ¿se podrán perder los valores? í‰stos, por definición, son objetivos y acaso universales e independientes de la conciencia. Por lo tanto, no se pueden perder. Lo que sí­ puede cambiar, y de hecho ha cambiado, es la manera de percibirlos y practicarlos en nuestra vida diaria.

A mi juicio, considero que no son los valores los que han entrado en crisis, sino la manera en que los apreciamos y asumimos en nuestra cotidianidad existencial. Según los filósofos clásicos, los valores morales (que son los que supuestamente están en «crisis»), no son entidades materiales y por lo tanto no pueden sufrir de un proceso de decadencia. Siguiendo las ideas de estos pensadores griegos (Sócrates, Platón, Aristóteles, etc.), los valores son principios absolutos, eternos, infinitos y universales, entre otras caracterí­sticas, y por lo tanto, no susceptibles de sufrir ningún cambio fí­sico, como sí­ ocurre con algo material.

Si los valores morales son absolutos y universales, podemos inferir que son siempre los mismos, en cualquier época y lugar. Es más, aún cuando nadie se guiara por determinado valor, la justicia, por ejemplo, dicho valor seguirí­a siendo válido, pues su validez no depende de la percepción o ejercicio de un individuo o colectividad, sino de su carácter universal, objetividad y absolutez.

Claro, este sentido de los valores como entes universales no es el único. Existen otras formas de interpretar o definir qué son los valores. Para Marx, por ejemplo, los valores son parte de la superestructura de la sociedad y en tal sentido son expresión de la base económica que los determina. Dichos valores existen para justificar el modelo económico, el tipo de relaciones de producción que han establecido los seres humanos en una sociedad determinada. Son la expresión, en pocas palabras, del poder que una minorí­a ejerce sobre la mayorí­a y que sirven para justificar su dominación y explotación. Es decir, para Marx los valores son históricos, pues son la expresión del sistema económico que impera en una sociedad y época particulares y, por lo mismo, van cambiando de acuerdo al desarrollo material de las colectividades. Así­ pues, aún desde la perspectiva marxista, no son los valores quienes entran en crisis, sino la base material que los sostiene y les da vida, pues aquéllos son el resultado de ésta.

Por lo tanto, hablar de crisis de valores, tratando de encontrar en ella la causa de la descomposición social que hoy dí­a vivimos, es escamotear las verdaderas razones que nos han llevado a esta realidad.

Yo creo que quienes estamos en crisis somos los seres humanos, y la causa se puede encontrar en el sistema económico que nos han impuesto, un sistema que en sí­ mismo es perverso y destruye las relaciones entre los hombres y la relación de éstos y el mundo en que vive.

Actualmente, el planeta vive una permanente amenaza, producto del uso irracional de los recursos naturales. Si bien es cierto, la civilización implica el dominio de la naturaleza para servirse de ella, esto no significa hacer un uso arbitrario e irracional de sus recursos, ni su consecuente destrucción. Todo el cambio climático que vivimos hoy dí­a, con sus consecuencias trágicas que, por razón de su misma pobreza, golpea a los más desposeí­dos, que son la mayorí­a de la humanidad, es el resultado de ese uso irracional que se ha hecho de la naturaleza. Pues bien, esta irracionalidad es parte de la lógica interna de un sistema económico que, repito, es de suyo perverso. El capitalismo salvaje que compra y corrompe conciencias, nos ha llevado a una hecatombe universal, no sólo en términos humanos sino también naturales.

Esta misma perversidad, que ha llevado al planeta al borde de su destrucción (y digo esto sin la más mí­nima intención apocalí­ptica), ha hecho que los individuos, las familias y la sociedad entera se hayan fragmentado, estemos incomunicados y hayamos perdido el sentido de humanidad. El delincuente que mata por robar unos pocos billetes, y que demuestra con eso un desprecio total por la vida, no es más que el producto de una sociedad degradada, corrupta y decadente que ha sido bombardeada permanentemente con la idea de que «tener» es mejor que «ser». Ante la falta de oportunidades y aguijoneado por la idea de poseer cosas que le den sentido a su existencia, ya de por sí­ vací­a, el delincuente ve en el robo las única manera de acceder a ese mundo que le muestran como el mejor, pero que a la vez está fuera de su alcance. No estoy justificando la violencia, ni defendiendo al criminal. Lo que trato es de encontrar la razón, la causa de esta decadencia en que vivimos. A mi juicio, es el mismo sistema económico en que se basan las sociedades actuales, el que ha provocado esta descomposición.

Así­ que no es que los valores estén en crisis. Es el sistema, la condición material de nuestra vida en sociedad la que ha empujado a la humanidad a esta situación. Si la solución fuera tan simple como rezar o adherirnos a una religión o elaborar grandes discursos sobre la necesidad de guiar nuestras vidas por ciertos valores, creo que la mayorí­a estarí­amos de acuerdo en hacerlo. Empero, la solución pasa por encontrar nuevas formas de equidad, de justicia social y de igualdad de oportunidades. Habrí­a que distribuir de manera justa la riqueza y no deberí­a aceptarse la pobreza como algo natural, pues la pobreza ni es una virtud ni es algo natural.

¿Significa esto entonces, que hay que combatir la pobreza, como afirman nuestros pseudopolí­ticos? No. La pobreza no se combate, pues esta no es la causa última de nuestro subdesarrollo a todo nivel. Subdesarrollo que a su vez se ve reflejado en el grado de descomposición social en el que vivimos La pobreza es en todo caso una causa intermedia producto de las condiciones de injusticia, desigualdad y explotación sobre las que se fundó este paí­s. Así­ que de lo que se trata, es de transformar dichas estructuras básicas. Al cambiar éstas, cambiaran nuestras relaciones intersubjetivas, se transformará nuestra concepción de la vida y con ello el sentido que podamos asignarle a los valores morales, los que ya no serán reflejo ni justificación de la dominación de unos sobre otros, sino los principios rectores necesarios para la convivencia pací­fica y armoniosa a que toda sociedad humana aspira, como finalidad implí­cita en su ser.

Según los filósofos clásicos, los valores morales (que son los que supuestamente están en «crisis»), no son entidades materiales y por lo tanto no pueden sufrir de un proceso de decadencia.