Crisis de identidad en nuestras autoridades


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Según cuentan las lenguas viperinas, a un diputado al Congreso de la República se indignó porque en un concierto no le dieron trato preferencial. “¿No sabés quién soy yo?”, le cuestionó el “dignatario” al empleado que no le dio su lugar.

Mario Cordero Ávila
mcordero@lahora.com.gt


Esta pregunta, “¿No sabés quién soy yo?”, lamentablemente, es la expresión más identificativa de nuestros grupos de poder. Especialmente, porque estoy seguro que al 90% de los capitalinos, y al 95% del resto de ciudadanos del país, le importan muy poco las autoridades nacionales, lo cual explica la ignorancia que tenemos sobre quiénes ocupan las curules, o los viceministerios, por citar algunos ejemplos.

Claro está, que al guatemalteco promedio le interesa más conocer y estar al tanto de las autoridades locales. Pero, para ser sinceros, hasta al guatemalteco más informado en cuestiones de nuestra política farandulesca, apenas conocerá a la tercera parte de diputados, especialmente porque la gran mayoría se ampara bajo el escudo impune del anonimato.

En tiempos de guerra, pero también en tiempos de esta paz violenta, era de temer cuando una señora con ínfulas cuestionaba a un empleado: “Es que usted no sabe quién es mi marido”, y la imagen más aterradora que se venía a la mente del cuestionado, es que el cónyuge de la susodicha era un temido general, o por lo menos coronel, que estaba en la mejor posición para arruinarle la vida a cualquiera, especialmente a quienes no complacieran a sus familiares.

Por supuesto, que está aquella señora que quiere gozar de beneficios, interrogando a cualquier hijo de vecino, con el ya clásico “¿Usted sabe quién es mi marido?”, cuando el mentado es apenas un oficinista en una dependencia de Gobierno, o un policía raso. Pero ante las dudas, es mejor no dudar de esta pregunta-amenaza, y es mejor no llegar a conocer quién nos está amenazando.

Hoy día, es amenaza persiste. Como vemos, el diputado en cuestión todavía le gusta asustar con el petate del muerto y asustar a cualquiera interrogando si alguien sabe “quién es él”.

Pero la interrogante, más que amenazante, podría ser una buena pregunta. ¿Sabe la gente quién es la gente que está decretando leyes en nuestro nombre? ¿Sabemos quiénes son los que nos gobiernan?

Pero más importante sería saber si nuestros mismos gobernantes y diputados saben en realidad quiénes son. Porque eso de andarle preguntando a la gente, más parece que es un complejo de inferioridad, porque ni ellos mismos se conocen, pero quieren tener más beneficios de los que aparentemente requieren. Por ejemplo, recibir comisiones por contratos, que sus municipios o colonias se vean mejoradas con nueva infraestructura, acceder a los asientos VIP de los conciertos, viajar de gratis, y un largo etcétera de beneficios que nuestra farandulesca clase política cree que viene en el paquete.

¿Sabrán nuestros diputados quiénes son? ¿Se conocerán a fondo? ¿Conocen sus habilidades y sus deficiencias? ¿Conocerán sus límites? ¿Comprenderán hasta dónde están dispuestos ceder por obtener más poder? No lo sé, pero me parece que nuestra clase gobernante tiene una grave crisis de identidad, y por ello andan preguntando a Edmundo y Medio Mundo si alguien sabe quién es él o ella.

Y todo esto me recuerda cuando don Quijote fue apaleado en su primera salida, y malherido recitaba grandezas de caballería que había leído en libros, y en su locura se las atribuía a él. Un labrado vecino suyo lo auxilió al verlo tirado, y se dispuso a regresarlo a su casa. Pero el labrado se fastidió que don Quijote no cesaba en su locura y no dejaba de decir sandeces, y le dijo: “Mire vuestra merced, señor, pecador de mí, que yo no soy don Rodrigo de Narváez, ni el marqués de Mantua, sino Pedro Alonso, su vecino; ni vuestra merced es Valdovinos, ni Abindarráez, sino el honrado hidalgo del señor Quijana”.

Y la respuesta de don Quijote fue: “Yo sé quién soy, y sé que puedo ser, no solo los que he dicho, sino todos los Doce Pares de Francia, y aun todos los nueve de la Fama, pues a todas las hazañas que ellos todos juntos y cada uno por sí hicieron se aventajarán las mías.”

En otras palabras, don Quijote, a pesar de su locura, no necesitaba que alguien más le dijera quién era él; incluso, sabía que podía ser él mismo y ser otras personas. ¿Por qué nuestras autoridades no pueden ser ellos mismo, e, incluso, mejores personas?

¿Y usted sabe quién es usted?