Ya es cantaleta vieja. Si a uno lo asesinan en este país o «saber en qué uno andaba metido» o «de plano es un crimen pasional». No hay de otra. Aquí no hay espacio para la imaginación. Aquí el que muere por mano de otro es irremediablemente culpable. Eso es lo que se ha dicho de Gerardi, los pilotos de autobús, los estudiantes del Liceo Javier, los políticos asesinados. No hay ni un solo inocente cuando se trata de la muerte de un pobre cristiano.
Así las cosas, morir con honor en Guatemala significa morir en su cama, por causa de muerte natural y mejor aún si hay una constancia médica que lo demuestre. Nada más dichoso en esta tierra que morir por cáncer, cirrosis o hasta sida. La gente no sospechará que se trate de una muerte planificada por nuestra iniquidad, por andar en negocios oscuros o traficar con estupefacientes. Es la muerte más dulce que se pueda imaginar.
O sea que uno debe prever no sólo vivir bien, sino también morir bien. El nombre puede ensuciarse aún por el azar de una bala perdida. De nada habrá servido vivir honradamente si por casualidad lo matan a usted en un autobús. Ya la gente dirá que el matón se subió, lo encañonó a usted y le voló los sesos. «Un crimen pasional». Porque, además, a usted ya le miraba el plumaje de pícaro, don Juan se quedaba pequeño y las anécdotas de conquistador y coqueto suyo serán, a partir de ese momento, de antología. Nadie puede imaginar que usted estaba en el lugar equivocado y con un infortunio horrible para que ese día le hubiera tocado la chibolita.
Eso es si va en el bus. Si los delincuentes llegan a su casa y, por casualidad, le pegan un balazo, es mucho peor. Ya registrarán su computadora y verán la pornografía que usted ocasionalmente miraba. Dirán que usted es un pervertido y que de plano se dedicaba a la trata de blanca, un sátiro consumado y un maníaco sexual que ya se notaba desde que era adolescente. Si era ex cura, lo que se diga será multiplicado a la «n» potencia: pederasta, mujeriego, infanticida, abusivo? Cualquier cosa cae de perlas.
Es terrible, nadie puede salvar el honor si es muerto por balas o arma blanca. Incluso la esposa, influida por el ambiente, sospechará de la honorabilidad del pobre muerto. «Es que es raro que lo hayan matado del aire», teoriza la gente. El que muere así, de una manera cruel, «necesariamente debió andar metido en cosas no muy buenas ni santas». «Nadie se muere así por así», «el que a hierro mata a hierro termina». Esa es la lógica por la que las personas se van de este mundo con los pantalones bajos.
En Guatemala ni Jesús de Nazareth ni Tomás Moro habrían sido considerados inocentes, mártires o santos. Esos cuates de plano «saber en qué andaban metidos», «crimen pasional». Moro quería quedarse con Ana Bolena, queriéndole meter un gol a Enrique VIII y Jesús, como se sabe, andaba de calenturiento con la Magdalena. Bien muertos quedaron los dos por andar de zánganos y pícaros.
Nada descabellado, por tanto, pedirle a Dios morir tranquilo en su casa, aunque sea producto de una buena diarrea. Es mejor que digan que las nalgas tuvieron un colapso, un derrame incontrolado y profuso a que se inventen cualquier tontera que ponga su reputación en discusión.