No hay palabras para describir con precisión los sentimientos que genera el crimen cometido contra el menor Byron Ranulfo Rustrián Osorio de 12 años de edad, torturado y asesinado por sus secuestradores luego de haber cobrado dos veces el rescate que exigieron por su liberación. Los niveles de salvajismo que presenta nuestra sociedad son extraordinarios y hacen que uno sienta vergí¼enza de ser parte de un país en donde se pueden cometer de manera tan sistemática este tipo de delitos sin que nadie tenga que rendir cuentas.
¿Clamar por que se aplique la justicia en este caso y que el peso de la ley caiga sobre los responsables del abominable crimen? Ya sabemos que ese clamor no tiene sentido, porque no será escuchado. Pero lo que más nos preocupa es saber que la vida de los guatemaltecos continúa sin mayor conmoción y que aún para quienes este horrendo crimen es un golpe duro, dentro de un par de días pasará al olvido, como pasan tantos asesinatos en nuestro país, que apenas si son recordados por los deudos que lloran la pérdida irreparable.
No sabe uno que es peor, si la brutalidad de los criminales o la notable indiferencia de quienes se sienten buenos en este país. Porque hemos dejado que se imponga el crimen, que florezca la maldad en medio de esa apatía colectiva que nos hace, si mucho, lamentarnos de lo mal que andamos, pero sin que hagamos nada para impulsar cambios que evidentemente se imponen.
La vida del niño Rustrián Osorio fue efímera por culpa de la criminalidad alentada por el clima de impunidad que hay en el país y que hace que los delincuentes puedan cometer las más grandes tropelías sin que nada ni nadie les pueda afectar. Se dice que los dirigentes de la banda de secuestradores están en algunas de las prisiones del país y que desde allí es que planifican y ordenan los abominables hechos, pero aun a sabiendas de esa situación y que desde las cárceles dirigen toda la política de extorsiones, no se pueden implementar programas para limitar la comunicación de los reos con el mundo exterior porque nuestro corrupto sistema no permite la implementación de políticas adecuadas.
Todo el tiempo se producen secuestros que afectan a familias tanto de la capital como de los departamentos de la República y discurren en el silencio que exigen como primera condición los maleantes. Y para el Gobierno es en el fondo un alivio ese silencio que se rompe cuando ocurre un acto extremo de barbarie como el que segó la vida de Byron Ranulfo, pero tenemos que entender que es la cotidianeidad en un país envilecido por el crimen y por la indiferencia de la sociedad que no se inmuta ante tanta muerte, ante tanta sangre derramada.