La apatía muchas veces me come, como a usted que me lee en este momento. Y es normal, todo alrededor contribuye a eso. Quienes “conducen” la nación lo propician, y por supuesto los secundan empresarios, académicos, intelectuales –dicen–, gente derecha y gente zurda, colegas –por supuesto, el clima, los incidentes –fortuitos o no–, el tráfico y los fanáticos y fanáticas para ser más precisa.
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Con todo ese cúmulo de molestia –resentimiento en realidad–, me aparté unos días de esta cotidianidad que más que abrazarme, me apretuja y trastorna mis dedos cuando escribo, mis palabras cuando no debo y me hace conjurar, proferir y desear con todas las fuerzas de mi ser que les vaya bien y los apache un tren.
Así que lejos, aliviada con el fresco de occidente, regocijada con los versos de Metáfora, con mi mente limpia luego de una ceremonia en la que el fuego me persiguió para robarse toda esa carga citadina y mal vibrera que cargaba, conocí a ocho personas que me devolvieron la fe, que me recordaron mis sueños y me demostraron que querer es poder, que la vida, aunque suene trillado y sea el título de una película, es bella y que son ellos y ellas los que quiero que rodeen a mi hija, los que la motiven y los que empiecen a transformar este mundo, que a veces detesto, para que ella siga y sea también parte del cambio, de los luchadores, soñadores, los verdaderamente humanos.
Hablo de los jóvenes del Parlamento de la Niñez y la Adolescencia, de Paz Joven, de José Yac. Hablo de los miles de niños y niñas que están creciendo diferentes a sus padres, es decir en un marco de derechos, y se esfuerzan porque su entorno sea mejor, de aquellos que acortan distancias con sus sonrisas, que sanan heridas con su mano firme y dan esperanza con su determinación. Ellos y ellas me hicieron recordar por qué volví, por qué escribo y por qué creo. Si creo, aunque critique y cuestione, aunque señale y me ofusque. Creo porque si no lo hago nada tiene sentido. Creo porque soy portadora de vida y me acompaña una luz intensa que crece cada día determinada a ser ella. Creo porque aunque diga que la política apeste y sí, es sucia, conozco gente que va a limpiarla.
Creo, porque la sombra del Santa María me rodeó para hacerme sentir segura.
La apatía se esfumó. Los mezquinos siguen merodeando pero estoy fortalecida. La luz se pierde en esa calle que me lleva al puente de Los Chocoyos y el viento sopla suave.