Empezamos otro ciclo en la vida con el inicio de un nuevo año y, como nos pasa cada enero, vamos formulando nuestra lista particular de buenos propósitos que constituye un recuento de aquellas aspiraciones que quisiéramos concretar a lo largo de este período de doce meses. En pocos días nos habremos acostumbrado a escribir 2007 en nuestros cheques y documentos y estaremos volviendo a la más plena normalidad, dejando atrás las esperanzas e incertidumbres extraordinarias que se producen en la reflexión de estos días iniciales del año.
En el caso concreto de Guatemala este año tiene la especial característica de que durante el mismo hemos de elegir a las autoridades que gobernarán al país a partir de enero del año próximo. Para el régimen de í“scar Berger es el inicio de su último año de gestión y deberá afrontar el desafío con la dificultad de la convulsión del año electoral y con la ausencia de control del poder legislativo, al extremo de que ni siquiera pudo aprobarse el Presupuesto General de la Nación elaborado por el Ministerio de Finanzas y deberá trabajarse, de acuerdo con la ley, con el del año anterior.
Todo año electoral tiene sus particulares desafíos y éste parece traer algunos adicionales, sobre todo en lo que se refiere al tema de la violencia provocada por los grupos que tratarán de ejercer presión y control sobre las opciones políticas para asegurarse la continuidad como verdaderos poderes paralelos surgidos del vacío generado por el debilitamiento del Estado.
Impresionantemente en estos días todavía se escuchan algunas voces de gente que clama por reducir más el papel del Estado, como si no fuera evidente que el daño hecho es brutal porque se ha perdido la capacidad de control y regulación. De hecho en donde más se nota la ausencia del Estado es en el campo de la administración de justicia porque la carencia de recursos hace que la impunidad sea una garantía para los criminales y mal vivientes, lo que se evidencia de manera cotidiana, pero, Dios libre a cualquiera que tenga la osadía de hablar de alguna necesidad de mejorar ingresos fiscales para financiar ese esfuerzo por construir el sistema para investigar crímenes y asegurar la imputación de los responsables.
Y el vacío dejado por el Estado reducido se convierte en jauja para el crimen organizado y el narcotráfico que encuentran terreno fértil para prosperar en medio del debilitamiento que los ideólogos del nuevo liberalismo han no sólo propugnado sino logrado de manera sistemática y consistente. Cuando se tenga que revisar nuestro fracaso e inviabilidad como Nación, deberá recordarse a los que promovieron el desmantelamiento y reducción del Estado, porque son ellos los que al castrarlo dejaron todas las ventajas y oportunidades para quienes, desde la sombra de la impunidad, ejercen un poder paralelo terriblemente peligroso y pernicioso.