«Cada niño que viene al mundo es más hermoso que el anterior» Charles Dickens
Del 10 al 13 de junio estuvieron reunidos en Londres representantes de ciento veintitrés países, con el fin de elaborar un marco jurídico internacional o fortalecerlo para perseguir a quienes cometan violencia sexual en el marco de los conflictos que sufren los Estados organizados en el mundo.
Según el testimonio de la prensa y las personalidades que se dieron cita (800 ministros, 900 expertos, docenas de ONG, médicos, abogados y religiosos, entre tantos otros), el problema es mayúsculo y hacerse de la vista gorda es inadmisible en un planeta cada vez más sensible en materia de derechos humanos.
Y la verdad, los números son apabullantes. Las cifras dan cuenta de más de 150 millones de niños (según UNICEF) víctimas de violencia sexual por año; 36 mujeres (niñas) son violadas por día en República Democrática del Congo; 200 mil al menos desde 1998; más de medio millón en Colombia en el último decenio, agravándose entre 2011 y 2012; entre 250 mil y 500 mil durante el genocidio rwandés; al menos 20 mil en Bosnia a principio de los noventa; 20 mil en Kosovo. Sin hablar de Sri Lanka, Somalia, Liberia, Sudán, Egipto, Libia…
Las violaciones de niñas son una epidemia que tiene con los pelos de punta a medio mundo y, quizá por ello, se dieron cita desde el Secretario de Estado norteamericano, John Kerry, hasta el Secretario General de Naciones Unidas, Ban Ki-moon. Al respecto, Kerry aseguró que ninguna visa americana se daría a los autores de violaciones de guerra ni a los jefes de Estado que hayan comandado o dejado hacer.
«Exhorto a los dirigentes a hacer lo mismo. Ningún asilo para esos criminales. Ningún acuerdo de paz que prevea una amnistía sobre dichas violaciones».
Ignoro si Guatemala ha participado en el Congreso en cuestión, pero es evidente que no debemos estar ausentes en un debate cuyos resultados pueden ser de beneficio para la protección de los derechos humanos fundamentales. Desconozco igualmente nuestra situación, pero dada la magnitud planetaria de la problemática planteada, parece obvio que nosotros no debemos ser la excepción.
Es vergonzoso que no defendamos a nuestros propios niños. Debemos manifestarnos y protegerlos para asegurarlos socialmente, no por lo que sean a futuro, sino por lo que son desde ya. Ignorar el dolor de los pequeños no muestra que seamos una sociedad enferma, es más bien la prueba infalible de que estamos muertos.