Contra la corrupción y los malos hábitos


Fernando Lugo, presidente electo de Paraguay, deberá enfrentar retos que le deja una larga trayectoria de gobiernos de derecha.

El presidente electo de Paraguay, Fernando Lugo, tendrá que cambiar los «hábitos» del funcionariado público que hereda del Partido Colorado, lo cual incluye clientelismo y corrupción, si quiere lograr mejorar aspectos básicos como la salud y la educación de los paraguayos, opinaron analistas.


«Un problema serio para Lugo va a ser la burocracia y el propio Partido Colorado, que son casi sinónimos», dijo el historiador y escritor Guido Rodrí­guez. «Como la polí­tica de las últimas décadas se hizo en base a prebendarismo, el Partido Colorado puede ser un problema serio», agregó.

«Evitar que lo bloqueen dependerá de la capacidad de Lugo para buscar alianzas para poder hacer sus polí­ticas», subrayó.

Por ejemplo, «el Ministerio de Educación es un centro de propaganda polí­tica, porque para bien y para mal el maestro en el interior tiene mucha influencia sobre la población», explicó.

«Este ministerio fue usado como trampolí­n para lanzar carreras polí­ticas de gente como el actual presidente Nicanor Duarte o como Blanca Ovelar», la candidata oficialista derrotada en las elecciones del domingo por el izquierdista Lugo.

«Tanto Duarte como Ovelar empezaron como ministros de Educación», dijo.

«La educación hay que resolverla de cualquier manera, la tasa de analfabetismo oficial es 8%, pero la real es mucho más alta, si se suman los analfabetos funcionales se llega a 40%», afirmó Rodrí­guez.

«Además, tenemos nueve años de enseñanza teóricamente obligatoria, pero la deserción es del 70%», con lo cual «Paraguay tiene la tasa de educación más baja del Mercosur».

Algo parecido pasa con la salud, según el analista. «El ministerio de Salud es un centro de promoción polí­tica. Al estar en contacto con las necesidades de la gente lo usaron para eso, y ahora Lugo tendrá que trata de racionalizar eso también».

«Lugo va a tener que crear una polí­tica exterior, que actualmente Paraguay no tiene», señaló Rodrí­guez como otro aspecto básico. «Tradicionalmente la cancillerí­a ha servido para premiar a una persona con un puesto o castigar a alguien mandándolo a un sitio alejado», explicó.

Entonces, en la cancillerí­a «existe un equipo de burócratas, pero básicamente no existe una polí­tica exterior», dijo.

«Paraguay deberí­a tratar de beneficiarse del Mercosur como en su momento lo hicieron España y Portugal con la Unión Europea, pero para eso debe tener una estrategia definida», opinó.

Francisco Capli, director de la consultora First Análisis, coincidió en el diagnóstico del estado paraguayo. «El Partido Colorado está hace 61 años en el gobierno, y la corrupción llegó a lí­mites extraordinarios», dijo.

«Yo no creo que ninguna institución pública funcione», afirmó.

«Lo primero que tendrá que hacer Lugo es generar un nuevo hábito entre los funcionarios», dijo. «El tema es que los funcionarios son muy corruptos, y Lugo va a tener que hacer cambios tratando de que esos funcionarios lo respeten», agregó.

Sin embargo, para el politólogo Luis Freites Carreras, Lugo deberá también «garantizar la paz social» evitando «despidos masivos» en la administración pública.

Para eso «va a tener que ver cómo jugar y administrar esa realidad que hereda de Nicanor Duarte, un aparato de funcionarios que actúan con criterios no racionales», dijo Freites Carreras, director del Centro de Polí­ticas Públicas de la Universidad Católica de Asunción.

Se trata «de un gran problema que tendrá Lugo», por que «va a tener que hacer un plan de emergencia para atender el desempleo y la concentración de la pobreza en las areas suburbanas» pero para eso debe lograr coordinar los distintos niveles de la administración pública en medio «de una burocracia basada en el prebendarismo y la corrupción», explicó.

La ventaja, dijo, «es que Lugo llega con una enorme legitimidad» por el 42% de votos que logró, «lo que le da una gran autoridad moral para tomar decisiones drásticas que deben ocurrir rápidamente» luego de asumir la presidencia el 15 de agosto.

Obispo


El presidente electo de Paraguay, Fernando Lugo, «sigue siendo obispo», condición «que no se pierde jamás», a lo que se suma que «la dispensa que él solicitó no es aplicable a su caso», aclaró una portavoz de la Conferencia Episcopal Paraguaya hoy .

«Fernando Lugo es obispo, y lo es para siempre. í‰l para la Iglesia sigue siendo obispo», dijo Lourdes Fernández, del servicio de prensa de la Conferencia Episcopal.

«Para la Iglesia, Fernando Lugo sigue siendo «monseñor Lugo»», agregó.

«Es obispo emérito, ahora está suspendido «a divinis», una suspensión temporaria», explicó.

El izquierdista Lugo fue elegido presidente en las elecciones paraguayas del domingo como candidato de la Alianza para Patriótica para el Cambio (APC), al derrotar a la oficialista Blanca Ovelar por 40,8% de los votos contra 30,8%.

El 20 de enero pasado el Vaticano le habí­a enviado una carta a Lugo -disponible en el sitio web de la Conferencia Episcopal Paraguaya- en respuesta a su solicitud de que se le permitiera volver a la vida laica para ser candidato.

En su misiva el Vaticano le dice a Lugo que «la candidatura polí­tica de un Obispo serí­a un motivo de confusión y de división entre los fieles».

Además, le recuerda que «el episcopado es un servicio elegido libremente y para siempre».

«Usted sabe bien que la sagrada ordenación una vez recibida validamente no puede ser nunca anulada y no puede ser ni siquiera suspendida «ad tempos», en cuanto al Sacramento del Orden imprime un carácter indeleble (canon 1008) y permanente», agrega.

Por tanto, el Vaticano dice cumplir con «el deber de infligir a Vuestra Excelencia, mediante el presente Decreto, la pena de la suspensión a divinis», que incluye «la prohibición» de «el ejercicio de todas las funciones y derechos inherentes al oficio episcopal».

«Con esta sanción penal Usted permanece en el estado clerical y continúa estando obligado a los deberes a él inherentes, aunque suspendido en el ejercicio del ministerio sagrado», agrega la carta, firmada por el cardenal Giovanni Battista Re, prefecto de la Congregación para los Obispos.