Bajo el argumento de que no se puede ejecutar ningún plan efectivo en cuatro años, los que creen en la reelección sostienen que hace falta más tiempo para realizar programas que nos lleven al progreso. Si eso fuera cierto, Guatemala sería uno de los países mejores del mundo, puesto que sumando los períodos de Rafael Carrera, de Justo Rufino Barrios, de Manuel Estrada Cabrera, de Jorge Ubico y de los gobiernos militares que mediante fraude o cuartelazos se prolongaron de 1970 a 1986, llegamos a ochenta y dos años de gobiernos que tuvieron «continuidad», dejando como legado un país desigual, con enormes niveles de miseria y una lamentable posición en los indicadores de desarrollo humano.
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Casi la mitad de la vida independiente del país (este año arribamos a los ciento noventa años de la independencia) los pasamos bajo la conducción de proyectos políticos de absoluta continuidad y el resultado es patético. Pero para las nuevas generaciones y dado nuestro desconocimiento de la historia, veamos qué ha significado para la ciudad de Guatemala la continuidad, puesto que desde 1986, hace un cuarto de siglo, la misma fuerza política ha controlado la Alcaldía y sin embargo los grandes problemas del urbanismo siguen latentes. Fuera del Transmetro, que está aún en pañales, no tenemos planes de abastecimiento de agua, de saneamiento, de disposición final de los desechos sólidos, de desarrollo vial, no digamos obras que en esas materias nos sirvan de garantía para los próximos lustros de que habremos de contar con servicios vitales.
Ciertamente somos un país al que le quitaron a sus mejores dirigentes durante el conflicto armado interno y no tenemos abundancia de líderes capaces de gobernar como verdaderos estadistas, pero más que eso, carecemos de instituciones políticas firmes que se ocupen de promover principios y de velar por la firmeza de sus concepciones ideológicas. Tenemos grupitos de amigos que giran alrededor de un caudillito empecinado en llegar al poder pero sin ideas claras de qué hacer.
Tuvimos la oportunidad de abrazar un proyecto de Nación de largo plazo cuando se firmaron los Acuerdos de Paz. Eso hubiera dado continuidad a un programa si los políticos deciden trasladar a la sociedad la temática de tales acuerdos y los convierten en piedra angular de la transformación que el país necesita. Al fin y al cabo, era cuestión de atacar las causas que dieron lugar a la guerra interna que cobró tantas vidas y que al final no se tradujo en el cambio profundo que el país necesita. Hasta Estados Unidos, donde las reelecciones han sido producto del voto popular y no como en nuestro medio, de maniobras y trinquetes realizados en el ejercicio del poder, se limitó la reelección a dos períodos luego de que Roosevelt fue electo cuatro veces Presidente en el marco de la Segunda Guerra Mundial.
Y es que precisamente la debilidad de las instituciones políticas ha permitido que los políticos en el ejercicio del poder puedan manipular elecciones para perpetuarse. Si no, que lo digan los gobiernos militares del último tramo de la sucesión de dictaduras que hemos tenido. En ese tiempo no fue necesaria la reelección porque el Ministro de la Defensa pasaba a ocupar la presidencia preservando la continuidad, pero burlándose de la voluntad popular.
Hablar de la reelección como instrumento para conservar a nuestros estadistas es un chiste de mal gusto. ¿Dónde jodidos están los estadistas que debemos preservar? La doctrina constitucional contra la reelección en Guatemala no es un capricho, sino producto de una necesidad que plantearon los abusos de los Carrera, Barrios, Estrada Cabrera, Ubico y de los gobernantes militares encaramados mediante fraudes electorales. Lo demás son puras babosadas.