Consumidores y usuarios en la calle de la amargura


 A veces, uno de columnista se siente derrotado, sin fuerzas y sin entusiasmo para abordar determinados asuntos de interés general, porque pareciera que hasta los propios perjudicados de determinados problemas, decisiones u omisiones también están desanimados y sin ninguna perspectiva que los aliente, salvo las excepciones de la regla.

Eduardo Villatoro

Como posiblemente ustedes estarán enterados, esforzado padre de familia y sacrificada ama de casa, el pasado lunes 15 se conmemoró el Dí­a Mundial del Consumidor, más con pena que con gloria en lo que respecta a Guatemala, porque tanto consumidores como usuarios seguimos desprotegidos ante la voracidad, la ausencia de escrúpulos y la falta de respeto a las débiles normas que deberí­an protegernos, de parte de un grueso número de empresarios, cuyo afán por el excesivo lucro al amparo de la casi sagrada economí­a de mercado los torna inmunes a cualquier tipo de sanción, al contrario de los pocos que se han autoimpuesto normas de responsabilidad social empresarial.

Pero son lo menos, y de ahí­ que los guatemaltecos, sobre todo los asalariados que nos regimos por un miserable, modesto o decoroso presupuesto familiar, nos encontramos a expensas de lo que decidan unilateralmente los propietarios o fabricantes de indeterminados números de servicios y productos de uso y consumo cotidiano, sin que contemos con una institución estatal vigorosa y con suficientes recursos humanos y técnicos a la que podamos acudir en búsqueda de protección.

  No es necesario exprimirse los sesos para señalar abundancia de casos referentes al irrespeto de los derechos naturales de los consumidores y usuarios, y para el efecto cito el costo abusivo y desproporcionado que cobran en los estacionamientos de vehí­culos, incluyendo las empresas funerarias, así­ como de centros comerciales, sin tomar en consideración que, en el primero de los casos, los usuarios acuden a compartir la congoja de los deudos, y en el otro, los consumidores van a adquirir productos con su dinero y no a recibir regalos.

Ahora mismo, o, por lo menos, hace pocos dí­as, como por obra de magia el azúcar desapareció de tiendas, abarroterí­as y supermercados, y sólo salió a la venta cuando los consumidores aceptaron resignados el aumento del edulcorante, mientras los propietarios de ingenios acumularon más riqueza, como si no fuera suficiente con las ganancias que obtienen, a la vez que han contaminado los rí­os al convertirlos en vertederos de desechos.

 Y la Diaco, el Ministerio de Economí­a y el Gobierno de la Solidaridad sin enterarse. Sólo son ejemplos. (Al aludir a uno de sus colonos, pobre en extremo, el terrateniente Romualdo Tishudo se justifica: -La mala suerte no lo persigue; vive con él).