Consuelo matutino


La lectura de los periódicos esta mañana me ha consolado enormemente. Los titulares dicen que el Estado de Guatemala ha perdido varios miles de millones en los últimos años a causa de diversas estafas contra éste. O sea, me dije, no sólo los débiles somos defenestrados, también los fuertes: el poderoso Estado, por ejemplo. Respiré profundo y grité de emoción. Ahora ya sé que no estoy solo.

Eduardo Blandón

Lo bueno, en medio de todo, es que se trata del descalabro de otro paradigma más hecho trizas: la fantasí­a que provocaba creer que el Estado era invencible. No es cierto. El Estado es tan vulnerable como cualquier ciudadano de la calle. No necesita subirse a los buses porque los delincuentes llegan puntuales a cumplir con el deber patrio de ordeñar la vaca que es, por lo visto, inagotable.

El Estado, como nosotros, está desprotegido. No hay quien lo salve de las sanguijuelas y vampiros siempre sedientos de más. No hay policí­as, no hay Ministerio Público, no hay Ejército, no hay nada. El Estado está solo, abandonado y a merced de cualquier sujeto que sienta pasión por la adrenalina. La ventaja del Estado respecto a nosotros es que nadie puede pegarle un tiro. Tiene vida para rato y, como van las cosas, presenta visos de eternidad.

Lo tonto es no participar en la piñata y conformarse con ser testigo pasivo del descalabro. Digo, uno siente tentación de ir a pedir su parte al Congreso, al Tribunal Supremo Electoral, al Ejecutivo y a la Corte Suprema de Justicia. Total, el dinero que se llevan también es nuestro y, como dice el refrán, «si no puedes con ellos, únete a ellos». Eso de ser «idiota» (porque así­ es juzgada habitualmente la gente honrada) es algo que uno siente tentación de superar.

La experiencia ha demostrado de todas formas que frente al Estado hay impunidad total. Ya se sabe: es más fácil saquear al Estado que asaltar buses. De esto son conscientes los mareros y carteristas que, en virtud de la actividad frenética de los Padres de la Patria y porque ya están completos, han tenido que emigrar a otros «nichos de mercado» más peligrosos. Con el Estado incluso se puede ganar reputación, elegancia y estilo.

Sin duda, entonces, nos hemos equivocado de actividad. El futuro está en la polí­tica como posibilidad de acceder a las ubres del Estado. ¿Qué hace uno dando clases? ¿Para qué sirve el periodismo? Si tuviéramos tres dedos de frente nos prepararí­amos para el asalto del porvenir. Ese ejercicio que nos permitirí­a ganarnos el cielo, la tierra y todo lo que se pueda comprar.

El Estado está débil y no creo que a corto plazo se fortalezca. Si se han perdido varios miles de millones hasta ahora, ya se perderán más, nunca es suficiente. Ya vendrán más impuestos, petróleo de Venezuela y préstamos al extranjero. Para todos da Dios. Sólo hay que asegurarse estar ahí­, inclinarse humilde (pero con picardí­a) a esa teta que se espere siga estando rosada y llena de vitalidad.