El jueves 23 de noviembre a las 8:30 de la mañana, el Congreso de la República presentará los ocho tomos del Diario de Sesiones de la Asamblea Nacional Constituyente (1984-1985), que promulgó la vigente Constitución Política de la República de Guatemala. Después de 21 años de permanecer inéditos, estos importantes documentos se harán públicos para conocer el intenso debate entre los constituyentes y la amplia auscultación de las fuerzas vivas del país para proteger los derechos humanos, conculcados frecuentemente durante la guerra interna.
Luego de veinte meses de trabajo, se rescataron las intensas jornadas de la Comisión Redactora del Proyecto de Constitución (también conocida como Comisión de los Treinta) y del Pleno de la Asamblea Constituyente, que aprobaron la Carta Magna más desarrollada en la historia constitucional guatemalteca. Esta obra no está destinada sólo a investigadores y académicos, sino al público en general, para conocer las discusiones en torno a diversos temas, entre ellos, el derecho a la propiedad privada en función social, la pena de muerte, las asignaciones presupuestarias, las universidades y la situación de los derechos de Guatemala respecto a Belice.
Al remitirse al espíritu de los principios y valores reconocidos en la Ley Fundamental, se percibe una postura no esencialista entre los constituyentes, quienes adoptaron una comprensión dinámica de la Constitución, como un «proyecto inconcluso». El deseo de los legisladores de que ésta perdurara se traduce en una imagen inacabada del Estado democrático de derecho, como una empresa susceptible de perfeccionamiento. Se trata de una «obra abierta» (un calificativo debido a Jí¼rgen Habermas), con un carácter falible. No es un mero «documento histórico» muerto, sino un proyecto de sociedad justa que señala el «horizonte de expectativas» de una comunidad política y que sus miembros deben ir adaptando a los cambios sociales, después de sucesivas relecturas. Lo más importante de revisar los propósitos de los constituyentes es constatar que nos heredaron un texto cuyos intérpretes más cualificados no son únicamente los magistrados constitucionales sino los ciudadanos dispuestos a participar en una auténtica democracia deliberativa.
Si en la actualidad no nos sentimos identificados en rasgos comunes de tipo cultural ni compartimos la doble raíz que alimenta nuestro pasado, tenemos la posibilidad de construir un nacionalismo constitucional, esto es, reconocernos de manera reflexiva con los contenidos universales plasmados en la Constitución. Este nacionalismo no es la adhesión por el lugar en que nos ha tocado en suerte nacer, sino aquel que reúne los requisitos exigidos por el constitucionalismo moderno. Desde una perspectiva democrática, sólo de este modo podríamos sentirnos legítimamente orgullosos de pertenecer a un país que, como Guatemala, tiene ante sí el desafío de convertirse en un ámbito pleno de civilidad.