La tradición oral es muy rica en Guatemala. Siempre lo ha sido, desde los tiempos prehispánicos hasta la actualidad. Sus manifestaciones son en extremo originales y se relacionan con las distintas fiestas, ceremonias y conmemoraciones de la vida cotidiana.
A continuación ofrecemos varias leyendas y consejas populares guatemaltecas que se narraban y narran aún por los viejos barrios de la ciudad de Guatemala los días Viernes de Cuaresma después de asistir a las «velaciones» y a las «horas santas»; incluso en los atrios de las iglesias de nuestra ciudad.
Estas consejas populares cimentan nuestra identidad y nuestro sentido de pueblo creador, multiétnico y pluricultural. He aquí alguna de ellas recogidas por el que escribe en los barrios de Candelaria, La Parroquia, La Recolección y San Sebastián.
Los Peregrinos Perdidos
«íbamos los viernes de Cuaresma en peregrinación hacia La Antigua un amigo y yo. Atravesamos El Manzanillo, San Lucas, y entramos en el extravío de la Barranca Honda y la Cuesta de las Cañas, cuando en el cerro de enfrente vimos varias luces, una tras otra que caminaban y se perdían a la vez en la oscuridad. Nosotros sabíamos muy bien que por allí no había camino, ni siquiera de herradura. Al salir a la carretera asfaltada preguntamos a una señora que vendía atole de elote, que qué eran esas luces, y ella nos respondió que ella las veía siempre, pero no sabía que eran.
Nosotros proseguimos nuestro viaje. Al atravesar el Pensativo, vimos a un anciano en el puente, y le preguntamos también lo de las luces. í‰l nos respondió que eran unos peregrinos que se habían perdido, porque no conocían el camino y quisieron abrirlo, pero como ese cerro está encantado, no los deja salir, por eso van caminando por todas partes con sus linternas, es por eso que se ven esas luces, que son esos peregrinos que tratan de salir del cerro, pero que jamás lo lograrán, porque el cerro no los deja salir nunca».
La Dama de los Siete Sagrarios
«Sucedió antes del terremoto de 1917. Un señor tenía un landó y hacía viajes por la ciudad; cierto Jueves Santo por la noche caminaba por la calle del cementerio, y una señorita vestida de negro y con velo en la cara lo montó, y le pidió que la llevara a todas las iglesias a visitar sagrarios; así lo hizo el cochero. Al terminar los siete sagrarios, la mujer le pidió que la regresara al mismo lugar donde la había encontrado; el cochero la llevó a las puertas del cementerio; ella entonces se bajó del landó, y le dijo que como no tenía cómo pagarle en ese momento, que fuera a la dirección que en ese mismo instante le escribió en un papel, y que allí le pagarían el valor de la carrera; y para que le creyera le entregó una cadenita que tenía en el cuello; después la mujer se internó en el cementerio.
El cochero, a pesar de su extrañeza fue al otro día a la casa que la dama le había dicho, por el callejón de la Cruz; y cuál no sería su susto, cuando le dijeron que aquella muchacha, a la que había llevado a ver Sagrarios, hacía un año que había muerto. (Creo que Mercedes se llamaba la patoja; sí, estoy seguro que Adriana Mercedes era su nombre)».
Las Huellas del Niño de la Parroquia
«Por aquellos días se contaba que por la Parroquia, en la salida para Chinautla, todos los viernes a las doce de la noche pasaba un Niño llorando. Queriendo vencer nuestra curiosidad, un viernes mi hermano y yo nos quedamos velando en la ventana de la casa. Cuando el reloj de La Candelaria dio las doce, oímos a lo lejos un gemido de Niño, tan triste y tan sólo que nos paró los pelos, y ya no pudimos abrir la ventana de lo asustado que estábamos; pasó el llanto del niño cerca de donde estábamos nosotros, y luego se fue perdiendo en la lejanía. Al otro día muy temprano salimos a la puerta, y vimos en la banqueta una hilera de gotas de sangre que el día anterior no estaban; entonces decidimos seguirla, y lo hicimos por más de un kilómetro, pero no pudimos dar dónde terminaban pues se internaban en el campo, el domingo ya no estaban las gotas de sangre; el viernes siguiente volvimos a oír el llanto, pero ya no quisimos probar volver a salir; el sábado aparecieron otra vez las gotas de sangre (yo ya no vivo por allá, pero mis amigos me cuentan que aún hoy día se oye a veces el llanto de aquel Niño Santo). Dicen que es el Niño Santo de la Parroquia que se sale de la iglesia a bendecir a las calles y callejones del barrio los Viernes de Cuaresma».
El Carro de Piloto de Viernes de Cuaresma
El carro de piloto es una leyenda propia de los viejos barrios de la Nueva Guatemala para los Viernes de Cuaresma. Se encontró principalmente en los barrios antiguos; La Merced, El Sagrario, La Recolección y El Zapote; fue también posible hallarla en otros lugares, pero siempre referida a los barrios antes mencionados. Ciñéndose a las versiones populares, el prototipo de la leyenda dice así:
El carro de piloto es un carretón que recorre la ciudad a altas horas de la noche, los días viernes, echando chispas a su alrededor. El personaje que conduce el carro «no fue más que un bolo, mulero de El Zapote, que por sus malas acciones se lo ganó el diablo, y anda asustando a medio mundo aquí en la ciudad, especialmente a los que se les pasa la mano con el guaro».
En cuanto al nombre piloto vale la pena decir algunas palabras: es bastante difícil discernir el origen de la leyenda, ya que la tradición popular lo ha olvidado. El hecho real que dio origen a esta leyenda en tiempo indeterminado al entrar en proceso de anonimia, se perdió el nombre propio del cochero en la mentalidad colectiva, quedando así únicamente el nombre de su oficio: PILOTO.
Este anonimato es precisamente uno de los elementos que caracterizan los fenómenos netamente populares.
Las Lágrimas del Señor de la Capilla
«El Señor de la Capilla estaba en medio del Cementerio de San Juan de Dios; í‰l era el único que acompañaba por las noches a los muertos. (Por eso se le llama Capilla de los Muertos). Una señora amiga de la casa estaban con una pena inmensa, y recurrió al Señor; lloró tanto la nía Laya, que el Señor conmovido movió la cabeza y dejó caer una lágrima, y entonces su pena se alivió».
Los Viernes de Cuaresma y el Diablo
«Por el barrio de La Parroquia vivía un joven que era muy ambicioso, y siempre quería tener más de lo que podía, y molestaba tanto pidiendo prestado, que una vez alguien le aconsejó que fuera a la Plaza del Amate y le pidiera al Diablo lo que quisiera, y que dejara de estar jodiendo. Un Sábado de Gloria a la medianoche, el joven llegó al Amate como se lo habían dicho, y llamó tres veces al «cachudo»; entonces el demonio se le apareció como un hombre envuelto en una capa negra, y le preguntó qué quería, el muchacho (Diego se llamaba, ahora me acuerdo bien), le contestó que quería dos cosas: dinero y mujeres; el diablo le contestó que él podía darle todo lo que deseara, pero con una condición: tendría que llegar todas las noches de los viernes, a las nueve de la noche al mismo lugar, el muchacho aceptó; y van a ver que el dinero y las mujeres empezaron a buscarlo; Diego seguía yendo todos los viernes por las noches al Amate: se sentaba al pie del árbol, y esperaba hasta sentir olor a azufre, y cuando el olor pasaba entonces él se iba. Una vez pasando por el Portal de las Panaderas, se le quedó viendo Jesús de la Buena Esperanza (que estaba en una capilla en ese portal) y fue tal la forma en que lo miraba, que en ese momento se arrepintió de lo que había hecho, y decidió no ir más a ver al diablo y así pasaron muchos viernes.
Entonces, cada vez que salía a la calle veía en las esquinas al diablo que le miraba de mala cara, como reclamándole algo; y cada vez que salía se lo encontraba; y cuando ya no pudo más, porque se estaba volviendo loco, corrió a San Francisco; allí se aconsejó con uno de los frailes; entonces para curarlo el padre le golpeó con su cordón tres veces, y el demonio se fue de Diego; pero como castigo quedó mero babosón para siempre».
Sirvan estas leyendas tradicionales de Viernes de Cuaresma, tomadas de la boca misma de sus protagonistas anónimos, para ilustrar sobre las hermosas costumbres de Cuaresma y Semana Santa en Guatemala.
Nueva Guatemala de la Asunción
Cuarto Viernes de Cuaresma
20 marzo de 2009