Siempre he dicho que el peor pecado de los malos políticos, también llamados politiqueros, es suponer que el pueblo, sin excepción alguna, es caído del tapanco o que sus padres cuando los llevaron al mercado los botaron del canasto. Toda la merienda de negros que armó el gobierno central, el municipal y los transportistas urbanos para crear su famoso «Transurbano» tenía que traer las actuales consecuencias y otras peores, salvo que sus procedimientos para consolidar la mancuerna los hubieran puesto desde el principio, sobre la plataforma de la legalidad, la correcta y adecuada comunicación social y, sobre todo, sin compromisos, como intereses electorales de cualquier especie. Si prefirieron hacer mutis, es decir, se autoimpusieron silencio y salieron de la escena fingiendo que todo era normal y que no había por qué preocuparse, tienen que sufrir las consecuencias.
Olvidaron por completo que si bien es cierto que la población es aguantadora, que su gran mayoría es poco preocupada por las cosas que debieran importarle mucho y si se quiere hasta indolente, las cosas caen por su propio peso; que desde un principio los requisitos que pedía SIGA para extender la tarjeta prepago eran absurdas; el no respetar los principios legales para adquirir los autobuses hasta los ciegos tarde o temprano lo iban a ver; que el Estado, antes de conceder subsidios, debe consensuarlos adecuadamente y que, a todas luces, el mutis en un asunto de tanta importancia, no era el mejor vehículo para evitar las consecuencias que ahora estamos padeciendo. Mucha podrá ser la perorata de los transportistas, del Alcalde metropolitano, de los politiqueros de siempre y hasta de la corte celestial para señalar las «bondades» que podrá traer el mentado Transurbano, consigo, pero eso no quita que las cosas han de hacerse como Dios y la leyes mandan y por mucho que el mismo presidente Lula haya dado su consentimiento para exportar los autobuses, estos no podrán ponerse a rodar en nuestras calles si no se hacen las cosas debidamente, repito, si no se cumplen las normas establecidas. ¿Creen que todavía estamos en tiempos de la tiranía de Manuel Estrada Cabrera, cuando tenía adormecida totalmente a la población para que al fin de cuentas terminara haciendo lo que le daba la gana? No, indudablemente que los tiempos han cambiado y si a esto le sumamos la incapacidad intolerable de las entidades del Estado para resolver debida y legalmente nuestros problemas, creo que ha llegado la hora de demostrarles que deben hacer las cosas bien o mejor que se olviden de seguir gobernando, mucho menos de que puedan repetir su triunfo electoral. Porque si bien es cierto que desde tiempos de Tata Lapo el gobierno de turno ha estado pagando los favores de quienes financiaron la campaña electoral triunfadora, también lo es, que las condiciones actuales ni por asomo, son similares a la de otros tiempos.