«Conocí­ a un Gerardi y vi morir a otro»


El obispo Gustavo Rodolfo Mendoza celebra sus Bodas de Oro Sacerdotales recordando el 21 de septiembre de 1958 como un dí­a «mágico» y a un gran amigo que marcó su vida para siempre. Ahora declara su compromiso con la juventud y reitera su entrega al catolicismo.

Javier Estrada Tobar
lahora@lahora.com.gt

Pregunta: Nació en la Ciudad Capital pero creció en el interior de la república. ¿Cómo fue su niñez?

Respuesta: No podrí­a precisar, tal vez yo tendrí­a 6 o 7 años cuando mi familia se trasladó a Tecpán (Chimaltenango), vivimos varios años ahí­, por eso muchos compañeros me consideraban tecpaneco.

Habí­a escuela en el seminario, entonces yo entré al cuarto año de primaria cuando tení­a 10 años. Después quitaron la primaria. Estudié el quinto año en un instituto. Al terminar, iba a estudiar el sexto año en Tecpán, pero un dí­a llegó un telegrama de monseñor Mariano Rossell, y entonces vine a la Capital; viví­a en el Palacio Arzobispal con otros muchachitos, y estudié en el sexto año en el colegio San Sebastián.

P.: ¿Ese telegrama cambió su vida?

R.: Ayudó a que encontrara mi vocación; ya tení­a el sexto año con varios cursos de latí­n aprobados, y estudié en el Seminario, entonces ubicado en la primera calle y 10 avenida de la zona 1. Después en San Salvador, en San José de la Montaña estudié tres años de filosofí­a y dos de teologí­a, y después viajé a Guadalajara, México, en donde estudié los últimos dos años.

P.: Durante sus estudios conoció a destacadas personalidades. ¿Cómo fue esa experiencia?

R.: Definitivamente fue una experiencia maravillosa y enriquecedora. La primera vez que vi a monseñor (Juan José) Gerardi fue en cuarto año de primaria, vi aparecer a un joven impresionante. í‰l vení­a de Estados Unidos, donde habí­a terminado sus estudios. Yo ni le hablé, sólo lo vi de lejos, pero nunca me imaginé que con el correr de los años í­bamos a ser amigos, después él fue párroco de Tecpán y de ahí­ partió la amistad, con él mantení­amos correspondencia y de hecho cuando me ordené presbí­tero, él fue mi sacerdote padrino.

Después él fue electo Obispo de la Verapaz, por lo que fuimos a darle una manita; estuve tres años allá, pero tuve que retirarme por motivos de salud. Este trabajo juntos nos unió mucho más, de tal manera que cuando cumplió sus Bodas de Oro sacerdotales y celebró su Misa de Acción de Gracias en Catedral, él me pidió que predicara en esa misa y yo le agradecí­ por el privilegio, pero le dije que parecí­a que era la persona menos indicada pero me dijo: «No, de ninguna manera, quiero que sea el amigo de toda la vida», esa frase no la voy a olvidar nunca.

P.: ¿Qué fue lo más importante que aprendió desde esa amistad?

R.: A raí­z de la relación con monseñor Gerardi… yo nunca lo he dicho a nadie y se lo voy a comentar a la prensa? todo es un proceso en la vida, y yo conocí­ a un Juan Gerardi y vi morir a otro Juan Gerardi; la vida lo fue moldeando, sensibilizando, le fue dando experiencia y vivencia; por una parte era un hombre de mucha lectura y de oración, con una impresionante cercaní­a con la gente.

La literatura, la meditación de la palabra de Dios, y la cercaní­a con el pueblo le hicieron crecer, pero sobre todo, vivir y ver el sufrimiento y la angustia del pueblo, esto le abrió su corazón para hacerse solidario y caminar con ese pueblo en medio de los riesgos y peligros, que le hicieron cargar sobre sus espaldas la defensa de los derechos humanos? ya sabemos la historia de la guerra de 36 años, en la que él vivió el sufrimiento de tantos crí­menes de sacerdotes y laicos, verdaderas masacres en el Quiché, y en otros lugares.

Entonces eso le hizo luchar por los derechos humanos como ninguno, por eso lo mataron. Yo creo que él hizo suyas las palabras de Jesús, que dice el Evangelio de San Juan, «Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres».

P.: En su experiencia de cincuenta años como sacerdote ha participado en innumerables actividades eclesiásticas. ¿Qué le han dejado esas experiencias?

Definitivamente que la experiencia de cincuenta años de sacerdocio lo tiene que marcar a uno. Vivo exclusivamente entregado al Señor y al pueblo de Dios, en este tiempo han sido una infinidad de confesiones, bautizos, matrimonios, asistencia a enfermos y muchas otras actividades. Estuve en Huehuetenango, celebrando las Bodas de Oro de otro obispo y recuerdo que dijo, que habí­a celebrado alrededor de 18 mil misas, pues de repente yo tengo una cifra algo parecida. He estado en parroquias, movimientos de apostolados, actividades sacerdotales, he trabajado en la curia y eso ha sido una experiencia muy enriquecedora para mí­.

P.: Usted asegura que ha aprendido mucho en su experiencia con la gente. ¿Qué le ha dejado usted a la gente?

R.: ¿Qué dejo yo?… eso no lo podrí­a decir jamás, ni se lo podrí­a decir a nadie. Eso lo sabrá (señala hacia arriba). Dios quiera que haya sido yo instrumento eficaz entre Dios y los hombres, entre los hombres y Dios.

P.: En 50 años de arduo trabajo, ¿cree que aún le hace falta hacer algo especial para completar su proyecto de vida?

R.: Definitivamente, solo hay algo que lamento. No ser Santo.

P.: ¿A qué se refiere?

R.: No vivir una vida a la altura de mi vocación, de mi ministerio, de una auténtica entrega a plenitud a mi vocación, pero me consuela el pensar que Dios no quiere mi pecado, pero me ama a mí­, me ama y toda escritura santa es como una carta de amor, escrita por el espí­ritu de Dios para todos. Tiene un amor especí­fico para cada uno de nosotros. Recuerdo que cuando me ordené Presbí­tero, imprimí­ unas estampas de recuerdo con la frase «Dilexit me», en español «Mi Amor», es lo que resume toda mi vida, el amor infinito y maravilloso de Dios.

P.: ¿Cuál considera que es la experiencia más enriquecedora durante su trabajo?

R.: Una de las experiencias más enriquecedoras es estar actualmente en la parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe, en la Villa de Guadalupe; ser Obispo y párroco al mismo tiempo, me hace vivir un doble rol. Yo estuve sólo en tres parroquias, Nuestra Señora de las Victorias, Nuestra Señora de la Asunción, y acá. Esta parroquia tiene varios sectores a quienes hay que servir y atender siempre, y al mismo tiempo soy Obispo auxiliar de la Arquidiócesis, estoy a las órdenes y disposición constante e inmediata de nuestro Cardenal, tratando de servirlo lo mejor posible, porque para mí­ servirlo a él es como servir a la Iglesia, y eso es servir a Jesús.

P.: ¿Qué sentimientos provoca en usted el trabajo con jóvenes?

R.: En todas las parroquias he encontrado núcleos lindos de jóvenes. He tenido la oportunidad de celebrar tres veces el Miércoles de Ceniza en la Universidad de San Carlos, y es impresionante la presencia de la juventud, que busca la confesión y la Eucaristí­a. El año pasado estuve en Antigua en una actividad con más de dos mil jóvenes, que cantaban a Dios una noche lluviosa, fue una experiencia muy linda, esto es para mi una promesa. Los jóvenes son el futuro pero ya son nuestra riqueza en América Latina y en el Mundo.

P.: ¿Cuáles son sus metas para los próximos años?

R.: Crear más conciencia misionera en todo nivel, y trabajar por los grandes desafí­os a nivel social, de pobreza, de injusticia y violencia, ya que la única respuesta a corto y largo plazo es Jesús. Personalmente me propongo orar más y reiterar mi compromiso con Dios y con el pueblo de Guatemala, de manera especial con los pobres.