Las presidentas Michelle Bachelet y Cristina Kirchner realizarán este sábado una visita conjunta al papa Benedicto XVI para conmemorar los 25 años de un tratado que evitó, gracias a una decisiva mediación del Vaticano, que Chile y Argentina se fueran a la guerra por un conflicto limítrofe en 1978.
Las dos mandatarias -que viajan este jueves- serán recibidas en el Palacio apostólico donde se reunirán separadamente en audiencia privada con el pontífice.
Luego participarán juntas del acto de conmemoración de los 25 años de la firma del tratado entre Argentina y Chile que puso fin al diferendo en el extremo sur que estuvo a punto de llevar a la guerra a los dos países y que se evitó in extremis por la mediación de Antonio Samoré, enviado especial del papa Juan Pablo II.
A fines de octubre pasado Bachelet y Kirchner se reunieron en Santiago donde expresaron el estado óptimo de la relación y firmaron una serie de acuerdos de integración que facilitará los intercambios en sus 5.000 km de frontera.
Esto representa un severo contraste con la situación que se vivía hace tres décadas, con los dos países en plenas dictaduras militares y enfrentadas por los límites en la Isla Grande de Tierra del Fuego.
Buenos Aires desconoció en 1977 un arbitraje británico al que habían acudido en 1971 los dos países y que ratificó la posesión chilena de las islas Picton, Lennox y Nueva al sur del canal del Beagle.
Argentina temía que esa decisión le abriría a Chile una proyección hacia el Atlántico ya que las islas -que no superan los 170 km2 cada una- eran estratégicas en el paso entre los océanos Pacífico y Atlántico.
En el segundo semestre de 1978 el gobierno argentino preparaba a la población para un posible conflicto armado y promovía ejercicios de evacuación o apagones en ciudades enteras, mientras en la frontera se multiplicaban los incidentes.
Chile, entretanto, movilizaba a sus tropas y establecía la ampliación del servicio militar obligatorio.
En ese panorama pre-bélico urgía la elección de un mediador.
Tras barajarse nombres como el del ex secretario de Estado Henry Kissinger y el secretario general de la ONU, Kurt Waldheim, finalmente una mediación papal se imponía, aunque Juan Pablo II apenas tenía pocos meses como nuevo pontífice.
Santiago manejaba la información de que Argentina -con una junta militar encabezada por el general Jorge Rafael Videla- invadiría la zona en conflicto el 23 de diciembre de 1978.
El día 22, pocas horas antes de comenzar la ofensiva, Videla y sus mandos aceptaron la mediación ofrecida a última hora por El Vaticano y que Chile ya había aceptado.
«Todos sabían que sería un choque sangriento, que nos enemistaría por muchas generaciones», recordó el canciller chileno de entonces, Hernán Cubillos.
«Conseguimos que se congelaran todos los movimientos mientras llegábamos» a Buenos Aires y Santiago, evocó en esos días el cardenal Antonio Samoré, emisario que viajó de urgencia el mismo 23.
Samoré desarrolló hasta su muerte en 1983 una mediación exitosa, completada por el Secretario del Estado Vaticano, Agostino Casaroli, quien condujo el proceso hasta la firma del acuerdo de paz definitivo el 29 de noviembre de 1984.
Para ese entonces la democracia había regresado a Argentina de la mano de Raúl Alfonsín. A Pinochet le quedaban aún seis años de dictadura.
El acuerdo permitió a Chile mantener las islas de Picton, Nueva y Lennox pero limitó su proyección marítima, con lo cual los argentinos lograron el respeto a un principio que le era vital: «Argentina en el Atlántico y Chile en el Pacífico».
En 2005, la película chileno-argentina-española «Mi mejor enemigo» narra cómo dos patrullas, una chilena y otra argentina, se encuentran el 22 de diciembre de 1978 en un territorio que nadie sabe a qué país pertenece.
Los soldados fraternizan antes de comprender que deberán dispararse. Los tiros están por comenzar cuando escuchan por radio de la mediación papal y, aliviados, se retiran en paz.