Es indiscutible y por demás lamentable que en lo moral y en lo cultural se viene produciendo marcada deformación -que puede generalizarse si no se adoptan medidas pertinentes y urgentes- entre niños, adolescentes y jóvenes (hombres y mujeres) de nuestro país.
Hay muchos y muchas proxenetas y rufianes empedernidos que, al influjo de sus afanes de lucro, se dedican a prostituir a menores de edad, y eso tiene que ver, principalmente, con los abismales vacíos de atención social del Estado.
Bueno, también tienen gran responsabilidad los padres de familia, los educadores e, incluso, casi todos los medios de comunicación.
¡Qué a nadie extrañe, entonces, que abunden los casos de homosexualismo y de safismo o lesbianismo, ni de sujetos travestidos ni de muchachas con bullarengues insinuándose ante los «cachondos»!…
La prédica contra la explotación sexual-comercial de niñas, niños y adolescentes debe ser constante, sistemática, bien planificada y realizada a través de los respectivos canales del gobierno (ministerios de Educación, Cultura y Comunicaciones, secretaría de Comunicación Social de la Presidencia y demás dependencias que conforman el aparato de la propaganda oficial). El martilleo tiene que ser, en tal sentido, incesante en beneficio de la niñez, de los adolescentes y, aun, de la juventud, porque todos pueden ser promesas valiosas del mañana, si no desde ahora mismo…
Plausible sería que los medios escritos y audiovisuales, dejando de lado la pornografía y el amarillismo, realizasen de cuando en cuando, ya sea en forma colectiva o bien de modo individual, campañas en las que se oriente o eduque -con propósitos de abrirles los ojos y la mente o de disuasión- a los menores de edad, en especial. Es un deber social y patriótico de los medios de comunicación en general hacer luz donde se hay tinieblas. Eso se hace en todas partes del mundo cuando se dan situaciones graves que afectan a la sociedad y a los países y, grave es, incuestionablemente, lo que está ocurriendo en nuestra infortunada Guatemala contra niñas, niños y adolescentes. Los jóvenes, se supone, ya tienen discernimiento propio como para apartarse de lo malo.
Contra la gente perversa que está oscureciendo, cerrando y atentando flagrantemente contra el presente y el futuro de los menores de edad hay que actuar, incluso, con toda drasticidad, comenzando por enjuiciarla hasta que vaya a dar con sus huesos a la cárcel, porque ese s el funesto destino que ha labrado, en franca riña con la moral, con la ética y con la ley, por explotar a inocentes niñas, niños y adolescentes, dignos de toda consideración y de todo respeto.