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Un joven miraba lánguidamente a varios pescadores que alegremente sacaban hermosos peces del cristalino arroyo.
Acercándose un poco preguntó a uno de ellos cuántos peces llevaba en su cesto, a lo que el pescador contestó que más de veinte.
¡Si fueran míos… sería muy feliz pues podría venderlos y obtener ropa y comida! Dijo el joven.
Otro pescador que secuchaba la conversación le dijo al joven:
Yo te daré los veinte pescados si tan sólo me haces el favor de sostenerme la caña dentro del agua mientras voy a hacer una diligencia que me llevará poco tiempo.
Gustosamente el joven se instaló donde se le indicó, empezando a impacientarse pues el pescador no vlvía pero de pronto empezó a ver que los peces picaban casi tan rápido como él podía desprenderlos del anzuelo y echar ésto nuevamente el auga. Cuando el hombre volvío tomó los viente pescados diciéndole:
Te doy lo prometido y además esta lección:Cuando veas a otros adquirir con su esfuerzo y su trabajo lo que tú necesitas, no malgastes tu tiempo en inútiles lamentaciones; ¡Echa tú tambíen tu propio anzuelo!
La dificultad no está en alcanzar las cosas;
sino en decidirse a luchar por ellos.