Con tales, ni te sientes en la mesa


Eduardo-Blandon-Nueva

Ver la televisión, leer los periódicos y escuchar la radio (la mayoría de ellos) se está volviendo cada vez una tarea pesante y ardua. La solución es la huida. Parece que vivimos en el reino de lo monológico, del discurso único y el dogmatismo. No hay disidencia ni voces heréticas. Todos van al mismo ritmo y proclaman la misma verdad. ¿Desde cuándo se confabularon los que tienen el poder para vendernos su realidad?

Eduardo Blandón


Lo ignoro totalmente, pero nuestros noticieros y programas diversos de “análisis políticos” parecen una mala clonación de CNN y The Wall Street Journal. La derecha en su estado químicamente puro: inspirados en una ideología que no da tregua y vende un mundo a la medida de la conveniencia de sus dueños. Y claro, operativizado todo por algunos miembros de clase media que por un sueldo a veces poco relevante (especialmente si se compara con los ingresos de los magnates) se sienten felices con ser parte del tinglado.
 
      Vea por ejemplo un canal de televisión que lleva como lema “Mira sin límites” y se dará cuenta de lo obvio: la manipulación, el análisis sesgado y el constante prurito de apología a los de siempre. Se caracteriza por congregar entre sus sabios comentaristas a periodistas, académicos (más o menos) y políticos cuyo denominador común es la defensa oficiosa de las ideas de corte neoliberal. No hay un discurso diferente: TODOS concluyen en lo mismo: el Estado es un monstruo de mil cabezas que hay que reducir a la mínima expresión para que las cosas funcionen en el país.
 
      Los impuestos son también, desde sus análisis sesudos, el mal que aqueja a la sociedad. Y repiten sin cesar: no puede haber desarrollo mientras haya impuestos. Los programas son orgías seudointelectuales en las que solo falta el vino para declararlos bacanales periodísticos. Obsérvelos, se solazan en sus verdades, están orgullosos de su punto de apoyo y gritan contentos: Eureka. Dios los ha iluminado y les ha vuelto profetas para sacar al pueblo de las tinieblas.
 
      No es casual, por esta razón, que entre ellos haya también fanáticos protestantes. Son la encarnación del fundamentalismo. De haber nacido en otra geografía serían miembros de Al Qaeda. De hecho, solo eso les falta: atarse bombas al cuerpo y hacerse estallar para imponer su lógica. Son incapaces de diálogo y responden con burlas e ironía al menor atisbo de terror por sentirse descubiertos y amenazados. Son los magos de las estadísticas, las que consideran fundamento de su verdad.
 
      Por eso es habitual que recurran a ellas. Si hay que demostrar la inconveniencia de los impuestos, van a los números: ellos demuestran que, por ejemplo, los políticos gastan a granel y, ergo, el dinero del erario público solo sirve para la corrupción. Las cifras son su coartada, que manejan, eso sí, a su gusto y antojo. Son los dioses del sesgo y las media verdades que repetidas una y mil veces (en los programas diarios) terminan convirtiéndose en una verdad incontrovertible.
 
      Por eso opino, lo que producen todos los santos días la prensa, radio y televisión (la mayoría de ellos, repito), es una tortura al que solo se puede escapar haciendo oídos sordos. Aquí cabe lo que parece que un día dijo san Pablo: “Con tales, ni te sientes en la mesa”.